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Profeta del odio, por Maritza Espinoza

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Los mismos que ni pestañean cuando Rafael López Aliaga invoca a sus huestes a “cargarse” a Gustavo Gorriti lloraron ríos tras el asesinato de Charlie Kirk, uno de los grandes íconos de la fachósfera mundial al que muy probablemente ni conocían hasta que su ídolo mayor, Donald Trump, decidió canonizarlo.

Es verdad que ni Charlie Kirk, ni nadie, merece morir de esa manera y que su asesino —Tyler Robinson, un muchacho proveniente de una conservadora familia republicana— debe recibir todo el peso de la ley, pero eso no significa que haya que convertir a Kirk, un personaje racista, misógino y violentista, en un mártir. La forma en que mueres no valida la forma en que viviste, y Kirk vivió gran parte de su vida propagando el odio y la violencia.

Murió en su ley, dirán algunos, y puede que tengan razón. No por nada la cita suya que más se ha mencionado en estos días es: “Creo que vale la pena asumir el costo de algunas muertes por armas de fuego cada año para que podamos contar con la Segunda Enmienda”. Lo que nunca imaginó es que ese “daño colateral” de la libertad de portar armas terminaría siendo él mismo.

También fue un agente de polarización en una sociedad ya fracturada como la norteamericana. En un artículo en una plataforma llamada The Federalist, Kirk incitaba a la persecución de los demócratas........

© La República