Opinión

Pedro Coll

Playas del Este, La Habana, 1995. / ©PEDRO COLL

Éramos adolescentes y nos pasábamos los veranos emparedados entre el sol y el mar. No solíamos abusar de cremas solares y desconocíamos el significado de los factores de protección. Si en el intenso trajín diario te hacías algún rasguño, al lamerte para limpiar la herida, la piel te sabía a sal. Nos movíamos en un pequeño bote impulsado a remo o por una vela latina que manejábamos con cierta pericia. Conocíamos milimétricamente todos los rincones, calitas, profundidades, escollos de este universo mediterráneo que era el puerto de Maó, nuestro paraíso sin límites en los meses estivales, campo de batalla para la fantasía. Buceábamos, cazábamos pulpos, comíamos lapas arrancadas de las rocas, remábamos, nadábamos, confabulábamos...

Bastantes años más tarde, leyendo El Quadern Gris, de Josep Pla, me di cuenta de que sus descripciones de experiencias veraniegas vividas por él en su adolescencia, en Calella y en la playa del Canadell, costa Brava (circa 1918), eran muy parecidas a las que habíamos vivido nosotros en el puerto de Maó, cincuenta........

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