Soltera en la ciudad de la furia. Un cuerpo que sangra mes a mes
“¿Y tú qué opinas, Niyireé?”. El reeeeé se repitió como un eco lento y mal grabado en mi cabeza. No tenía la más mínima idea de qué me estaban preguntando. En mi mente —como en los capítulos de Los Simpson— un mono golpeaba platillos en loop, y a lo lejos las voces se deformaban en un “güon, güon, güon”. Era una reunión importante en medio del ruido y el ritmo implacable de la ciudad: debía argumentar, explicar elementos, defender visiones, pero todo a mí alrededor se diluía entre mi útero sangrante y el dolor de cabeza punzante que no me dejaba pensar. Cuando me preguntaron sinceramente no podía articular palabra. En aquella oficina del piso 17, en una esquina de La Castellana, a lo sumo dije “ajá”, luego me levanté, excusándome de tener otra reunión. En mi cabeza, lo único que quería era echarme a llorar.
No podía controlar mi emocionalidad: todo a mí alrededor era difuso y nublado. El sangrado menstrual que, según la Biblia, era culpa de “la primera mujer: Eva”, caía con toda su fuerza. Mi vientre estaba inflamado como si tuviera cinco meses de embarazo. Pero yo debía seguir articulando respuestas, tomando decisiones y argumentando. La incomodidad y el dolor de menstruar no se nombran en la oficina, en la calle ni en los espacios públicos; el cansancio se esconde y la incomodidad se maquilla........
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