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Atol de poleada

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Comenzó a llover a eso de las cuatro de la tarde y no ha parado ni un segundo. Fausta se encomienda, le enciende una veladora al Señor de Esquipulas y arropa a sus seis pollitos en la cama con el poncho que le compró por pagos a un vendedor que llega todos los jueves desde Momostenango ajenando [1] fundas para las almohadas, sábanas, ponchos y manteles típicos. Siempre llega con su hijo adolescente y se andan todo el pueblo y las aldeas con sus ventas a mecapal[2].

Fausta les daba dónde calentar las tortillas en el rescoldo del comal, las llevaban en un morral que se lo cuelgan cruzado en la espalda antes de ponerse la carga de la venta a mecapal. Le dio pena verlos con tanto encima. Pero es que el favor es mutuo, así lo ve Fausta, porque también le sirven de compañía en lo que echa los pishtones [3] en el comal. Siempre los espera con café de máiz o de tortilla hirviendo en el batidor, su olla de frijoles espesos y un cuarto de queso o de requesón. Ellos se deleitan con la comida a la que siempre le agregan chile chiltepe que cargan en sus morrales. En época de calor les hace fresco de masa y cuando está inspirada los recibe con un vaso de chicha de máiz amarillo.

A cambio le ayudan a rajar la leña y la aperchan[4] en la pared de atrás de la cocina. Le llevan a regalar semitas, máiz morado y café también de su cosecha.........

© Aporrea