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Ismaray Pozo: “He ido abrazándome, completándome…”

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29.03.2025

He estado tentado de decir que Ismaray tiene la apariencia de una reina dahomeyana que alguna vez entreví en sueños. Pero no. Ismaray se parece mucho a ella misma. Y es, a su modo calladamente intenso, una reina cubana. Su poesía, como su propio devenir, trabaja con el silencio. La palabra en ella connota, se carga de un sentido otro, espejea: la muestra y nos muestra a sus lectores, quienes vamos allí a completar el sentido del poema, a enriquecerlo con nuestras experiencias, a hallarnos en sus latidos profundos.

Lo que conozco de su trabajo poético me remite a los claroscuros de la vida familiar, donde ángeles y demonios se trenzan en el lento goteo de los días. Labra el poema con minuciosidad, reduce su alegato —todo texto poético lo es— a un puñado de versos que se engarzan con naturalidad en el cuerpo inasible y mayor de la poesía. Ella tiene un destino que ha llegado a conocer y asumir no sin tropiezos existenciales, y lo expresa de la mejor forma que sabe: cantando. No es una melodía fácil, lo advierto, sino de ese tipo que hay que reconstruir cada vez en la mente, porque, de algún modo, ella nos da el acceso para que nos convirtamos en coautores.

Adicta al jazz, Ismaray sabe que la clave está en improvisar a partir de lo que se conoce bien —¿la vida?—, y hacer del instrumento —la lengua, la historia de la cultura en la cual se inserta— una prolongación del cuerpo, si no el cuerpo mismo.

No voy a perder espacio enumerando las muchísimas inquietudes intelectuales que la han llevado a estudiar casi de todo y a asumir distintas ocupaciones laborales. Sólo consignaré que ha publicado tres poemarios: Regresiones (España, 2017), Abisales (Pinar del Río, 2018) y La recitante (La Habana, 2019). Además, es autora de varios títulos inéditos que ya han se han señalado en diferentes concursos: Eterno consorte de mi alma, Mapas neuronales, Peewee y Tierra de Bibijagua.

Ismaray nació —como Heberto Padilla— en Puerta de Golpe, a orilla de las mejores vegas tabacaleras del mundo, en 1987. Y hasta aquí los datos. Como diría un mexicano, vamos al chile.

¿Cómo y cuándo fue tu despertar a la poesía?

En casa siempre tuvimos libros. Mi padre era médico, y un gran lector. Teníamos una generosa cantidad de clásicos publicados por la Colección Huracán (Soler Puig, Onelio Jorge Cardoso, Dostoyevski, Máximo Gorky, Pérez Galdós, Balzac, Flaubert, Zola, Víctor Hugo…). No leí hasta los 5 o 6 años, estando en la escuela, pero digamos que este fue mi despertar a la literatura: tener conciencia de lo libresco, limpiar los volúmenes del polvo y las polillas, preservarlos antes de leerlos, desarrollar, incluso, cierto fetichismo hacia el libro como objeto: el libro ennoblece el espacio. Mi padre tenía, también, una secreta vocación de narrador de cuentos, y cada noche me dormía con historias inventadas por él.

Sin embargo, creo que el encuentro con la poesía fue anterior a su entendimiento o lectura. En mi caso tuvo que ver con el silencio. Era una niña parca, con tendencia a la introversión, a un uso económico de las palabras. Lo que me hizo ser muy observadora. Partiendo de esa profunda inadecuación conmigo misma y el estado de las cosas, puede que ahí esté el germen.

Si convenimos que la poesía es algo indefinible que está mucho más allá del género literario, que no siempre la contiene, ¿cuál sería el primer hecho de trascendencia poética de tu vida?

Creo que todo está en la niñez, mal organizado, pero allí. Unido al recogimiento que menciono antes, hay un hecho físico que, como todas las condiciones físicas heredadas, van surcando y moldeando nuestras vidas: la miopía avanzada a los 5 años y el comenzar la escuela con aquel artilugio sobre la cara. A medida que incrementaba el valor negativo de la dioptría, todo perdía consistencia ante mis ojos. Lo cierto es que veía, también con espejuelos, muy poco y mal. No percibía las cosas como efectivamente eran. De alguna manera, tuve que reconfigurar, resimbolizar, otorgar una sobrevida a todo aquello que veía; desatender equis nivel de realidad y construirme uno: frunciendo los ojos, viendo muy de cerca, sentándome en la primera fila, palpando, recalculando los objetos, las distancias; cambiando y descambiando —como bien apunta Graciliano Ramos en A terra dos meninos pelados—.

Muchos años después, terminando la Universidad (en mis 20), abandoné los espejuelos por unos lentes de contacto permeables al gas. Al salir de la consulta, me di cuenta de que mi mundo de antes era nevado, opaco; en la configuración anterior, las personas no tenían pecas, lunares, arrugas, tampoco mínimas muecas de desagrado. Lo que puede parecer una tontería, dicta el estado agrietado, tibiamente falaz y conminado que había sometido mi relación con el mundo.

¿Cuáles fueron tus lecturas iniciáticas? ¿Alguno de esos autores permanecen en tu preferencia hoy?

En la escuela primaria nos leían a José Martí, Nercys Felipe, Dora Alonso. Pero mis primeras lecturas fueron en casa, los novelistas rusos y franceses que mencioné antes. El idiota fue lo primero que leí al comenzar la secundaria. En la Biblioteca Municipal pedía prestados libros de Pío Baroja, Rosa Chacel y otros escritores españoles. Antes de pensar en la poesía (estando en el Instituto vocacional de ciencias), a mis 12 o 13 años, comenzaría a forcejear con la narración, imitando a esos grandes autores.

A la poesía llegué sinuosamente si no antes por lo ya descrito—, después. Los primeros referentes que recuerdo son Pessoa, Emily Dickinson, Vallejo, Borges, Eliseo Diego. Luego recibo otras influencias literarias, los escritores caribeños Cesáire, Glissant, Roumain, también Pizarnik, Idea Vilariño. Alternando con narradores en cuyos libros encontraba algún deje poético en su prosa: Margarite Duras, Hermann Hesse, Anaïs Nin, Clarise Lispector, Juan Rulfo, Macedonio Fernández, Guimarães Rosa.

Con el tiempo una se aproxima —encuentra— a otras voces, pero nunca me atiborro o canso de aquellas. Son todos grandes autores. Mis lecturas de ahora, a menudo, van entre la sorpresa y el descubrimiento; muchas recomendaciones vienen de poetas amigos cercanos. Me gusta la filosofía, desde que cursé un Diplomado en San Juan de Letrán, que recomiendo. Así van mis lecturas actuales, de un sitio a otro.

¿Cómo ha ido moldeándose tu sensibilidad artística?

Tuve muchas búsquedas. El arte, cómo sonaba la palabra, era algo inquietante y lleno de excitación para mí. Así........

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