Milagro o martirio: Miguel, el preferido de Álvaro Uribe que tiene en vilo la política
Miguel Uribe es el típico delfín político que medio país mira con recelo por haber nacido donde nació. Tiene abolengo por punta y punta. De familia empresarial y política por el lado del papá, y de herencia aún más política por el lado de la mamá. Pero no es solo hijo del privilegio bogotano. También es el protagonista de un arco paradójico: buscaba ser presidente como su abuelo, Julio César Turbay, pero una violencia reciclada que cuando niño le arrebató a su mamá, la periodista Diana Turbay, volvió con furia del pasado y hoy lo tiene por fuera de la contienda política.
Este capítulo de la vida del senador y precandidato era conocido por una parte de los colombianos. Pero detrás de esa experiencia definitiva, hay más que un delfín herido. Miguel ha sabido cargar con su mochila de privilegios y dolor haciéndose a un camino propio. Lo ha hecho como un niño genio en cuerpo de grande, que brilla y arrastra burlas por donde pasa, en parte por una autenticidad desbordada que lo hace caricaturesco. Desde el Concejo hasta el Congreso, como un férreo opositor a Gustavo Petro. Y desde Los Nogales hasta Harvard, donde el expresidente Álvaro Uribe lo cantó hace un año como su preferido para 2026, según revela este perfil de La Silla Vacía.
Miguel, de 39 años, era la carta de parte de la derecha para las próximas elecciones. Y en particular de Uribe, que desde chiquito le sigue los pasos como un cazatalentos que persigue a su relevo. “Uribe algo vio. Es un niño genio”, dice una fuente del equipo del senador, que por seguridad pide la reserva. Esa genialidad le permitió ganar espacio en el Centro Democrático, y le costó al tiempo el ostracismo de sus compañeros. Afuera, impulsado por una precampaña millonaria que él decía financiar con su familia, también había golpeado la mesa, pese a que aún no despegaba en las encuestas.
Con ese estilo intrépido, propio de la juventud, el político más amante al ajedrez que a la política se jugaba una partida clave en su ya temprana carrera. Ahora, se juega la vida en la Fundación Santa Fe. Y su evolución tiene al país en vilo: entre la vida y la muerte, con una bala aún en la cabeza, el futuro de Miguel está entre el de un mártir para el uribismo o el milagro de alguien que tendrá un poder enorme para señalar a su ungido o convertirse en el próximo presidente de Colombia.
“¡Tan jovencito!”, dijo una mujer tras saludar a Miguel Uribe hace ocho días en el occidente de Bogotá. El episodio fue horas antes del atentado que hoy lo tiene luchando por su vida, en un negocio en Fontibón. Él sonrió, luego de agacharse para saludarla, y siguió estrechando manos. Está acostumbrado a que esa cara de niño en cuerpo de grande le cueste burlas de las bodegas en redes, pero también cumplidos.
Lidia con eso desde que estaba en el Concejo de Bogotá, cuando Mónica Pachón, su amiga y asesora de tesis de maestría, le aconsejaba bajar de sus redes las fotos que capturaban la contradicción. “Él me decía: ‘qué hago’. Y yo me burlaba: ‘¡Pues primero quita la foto de la primera comunión!’”, cuenta Pachón. “Se veía tan chiquito, y él, altísimo. Ese pelo. Todo. Era muy peque”.
Esa juventud es en parte la explicación de su precandidatura.
Con su primer periodo en el Senado, Miguel creyó estar listo para ser un presidenciable. Y no uno cualquiera, sino el que recibiría la bandera de la seguridad democrática que ondeó Uribe en los 2000, tras el horror por la violencia del narcotráfico y el fortalecimiento de la guerrilla. Era su estribillo de campaña: “Con Uribe, vuelve la seguridad”. Y su muletilla en los debates: “Sin seguridad, no hay nada”, dijo en el reciente foro de Asobancaria en Cartagena, donde además gustó.
Pero aspiraba a más. Quería darle la estocada final al experimento de relevo generacional del uribismo del que hace parte desde que llegó al Senado. Sus tesis de precandidato eran las mismas que el Centro Democrático ha profesado por años, pero en una voz más fresca y técnica. Seguridad, sí, pero también inversión, política social, Estado pequeño y “tecnología para el crecimiento exponencial”. Esta pata sí era parte de su cosecha. Era el más obsesionado por los temas económicos entre los precandidatos de su partido.
Esa obsesión mostró rápido los puntos ciegos de un niño bien.
Cuando la precampaña apenas cuajaba, se grabó un video en el que invitaba al país a trabajar más. La pieza de propaganda idealizaba las madrugadas que se pegan a diario buena parte de los colombianos para llegar a su trabajo. Él, con la Casa de Nariño de fondo y un tono de voz algo impostado, decía: “El país salió adelante........
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