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Por qué la política exterior debe importar a todos

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En países que intentan levantarse después de un largo experimento con el autoritarismo populista, con instituciones debilitadas, el crimen organizado floreciente y una moral pública diezmada, suele escucharse un consuelo tentador: que la política exterior no es prioridad. Al fin y al cabo, las urgencias están en casa. Es una idea cómoda. También es profundamente equivocada.


La política exterior es el rostro internacional de la República. Y los países, como las personas, son juzgados por su rostro mucho antes de que alguien descubra su carácter. Inversiones, turismo, empleo, cooperación científica, incluso la disposición de otros gobiernos a contestar llamadas: casi todo depende de la reputación. No es glamour diplomático; es pragmatismo. Václav Havel, experto en regenerar democracias dañadas, recordaba que la moral es indispensable para una política realista de resultados. Para países en reconstrucción, es un manual de emergencia.


El requisito inicial es obvio: credibilidad y seguridad jurídica. Los inversionistas, criaturas desconfiadas por naturaleza, no entran en países que tratan la ley como sugerencia. Los organismos financieros huyen de gobiernos que consideran los contratos como literatura flexible. Y los aliados democráticos evitan a los que improvisan........

© El Deber