Reloj no marques las horas…
El gobierno de Paz Pereira ha cumplido apenas 35 jornadas, el casi 2% de los 1826 días de su mandato. O sea, es un gobierno wawita de pecho. Pero en Bolivia el tiempo político no corre: vuela. En este primer mes y poco, el nuevo mandatario ha descubierto que gobernar después de un populismo largo y cansino es como recibir una casa en herencia donde el testamento promete “una joya arquitectónica”, pero al abrir la puerta uno se encuentra una ciénaga fiscal, un sótano lleno de deudas y ratas y un gato con pulgas biónicas que maúlla “default” en tono menor.
Como era previsible al descubrir la magnitud del deterioro institucional, el diagnóstico económico y la narrativa gubernamental fueron descarnados. El poder Ejecutivo, con justificación técnica y política, no escatimó en calificativos severos, “Estado cloaca”, “Estado muerto” y otros que, por pudor dominical, mejor omito, para describir la situación heredada. En tal contexto, era inevitable que una autopsia tan cruda de la crisis elevara las expectativas sociales: cuando se anuncia poco menos que un apocalipsis, la ciudadanía exige no explicaciones teóricas, sino reparaciones visibles y de inmediato.
Pero, realizado el diagnóstico y hecha la denuncia, queda la ingrata, aunque ineludible, tarea de enfrentar los problemas y reconstruir un horizonte de esperanza, para que el consuelo nacional no se limite a llorar sobre una “tumba infecunda”. Como en una torre de control aeroportuaria,........





















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