Occidente ya no entiende el poder: el nuevo escenario geopolítico y el error de Chile
La guerra en Ucrania suma tres años y algunos meses. Desde entonces hay cambios sorprendentes en velocidad y profundidad. Chile, sin embargo, parece mirar el día a día. A continuación intentaremos mostrar la magnitud de las transformaciones y el desajuste cognitivo para poder operar sobre ellas.
La guerra entre Rusia y Ucrania ha dejado de ser una disputa territorial para transformarse en un laboratorio global del poder contemporáneo. No es simplemente una guerra prolongada, sino una disputa por la arquitectura futura del orden mundial. Rusia y China emergen con una fuerza inusitada. Es la densidad silenciosa del poder estructural. Rusia ya no actúa sola. China no combate, pero ocupa el campo de juego, rediseñando los márgenes del conflicto sin mancharse con él.
La alianza sino-rusa configura una estructura de poder basada en estabilidad territorial, continuidad cultural y control simbólico del centro continental del planeta, el Heartland. En las teorías geopolíticas se habla de un lugar entre Europa y Asia cuyo control implica el dominio del mundo.
El Heartland, que por décadas pareció una noción romántica de geopolítica, ha adquirido una densidad real gracias a la logística terrestre, los pactos energéticos, los corredores económicos y la neutralización diplomática del cerco occidental. Allí no se habla de guerra, se habla de rutas, gasoductos, yuanes, ferrocarriles.
Mientras Ucrania juega al desgaste ágil y disruptivo, Rusia y China apuestan a la masa, al largo plazo, a la legitimación paulatina del status quo forzado. Han comprendido que no necesitan ganar batallas si logran que el mundo se acostumbre a la nueva distribución de fuerzas. Su estrategia no es triunfar; es agotar.
Estados Unidos, actor tradicionalmente dominante, aparece hoy como un poder en retirada simbólica y en transición institucional. La política interna ha capturado su músculo internacional. La promesa de Donald Trump de acabar la guerra no es una propuesta de paz, sino una oferta de desvinculación elegante: un “salimos ahora, para no tener que perder más tarde”.
La narrativa moral que Occidente intentó sostener al inicio del conflicto comienza a fracturarse en contradicciones y en costos acumulados. La causa ucraniana, aunque legítima, empieza a desvanecerse en los centros de poder donde manda el pragmatismo: las elecciones, los presupuestos, la inflación. La potencia que alguna vez modeló el campo de juego ahora lo reacciona.
Esta guerra no es sólo de armas, es de formas. Ucrania representa el poder nervioso, ágil, fragmentario y emocional. Rusia y China encarnan el poder denso, estructurado, territorial y paciente. Estados Unidos oscila entre ambos, atrapado en su propio reflejo. Ahora bien, históricamente Asia no ha sido un continente de articulaciones coherentes entre potencias, sino de imperios autosuficientes, competidores o en tensión constante.
Hoy se repite esa lógica. La tríada China–Rusia–India no forma un bloque estructurado. Es más bien un triángulo inestable, donde cada vértice coopera lo justo para sobrevivir, pero desconfía lo suficiente como para no construir juntos.
El acuerdo de febrero de 2022 entre China y Rusia, firmado días antes de la invasión rusa a Ucrania, representa una articulación estratégica muy coherente en sus términos declarativos, pero no es una alianza en sentido clásico ni una garantía de acción conjunta incondicional. El acuerdo es coherente como pacto de régimen y relato internacional, pero no como alianza operativa ni pacto de defensa mutua. Hay pragmatismo, no fusión. El acuerdo se basa en que ambos regímenes se sienten asediados por el sistema occidental y necesitan coordinarse para superar sanciones, aislamientos tecnológicos y presiones diplomáticas. Pero hay más, algo más filosófico: Rusia y China comparten una noción civilizatoria del poder, distinta a la liberal.
El acuerdo de febrero de 2022 entre China y Rusia es uno de los documentos más coherentes y estratégicamente claros que han producido estas dos potencias en décadas. Representa una ruptura simbólica con el orden occidental y una declaración de principios globales con profundidad histórica.
Pero su coherencia está en el nivel del marco narrativo, no en el del pacto de acción conjunta. Es una alianza de propósito, no de sangre. Su fortaleza está en lo que expresa y simboliza; su debilidad, en lo que omite y en lo que no garantiza.
No estamos leyendo lo suficiente a Aleksandr Dugin, ideólogo clave del pensamiento estratégico ruso. Un autor misterioso, que respeta la capacidad diagnóstica del marxismo (la idea de lucha estructural, la crítica a la alienación moderna, la idea de crisis inevitable del capital) pero sus fines son completamente distintos, pues no pretende la emancipación de clase, sino la restauración espiritual, nacional y civilizatoria. Es el marxismo combinado con tradicionalismo. Su idea es que el liberalismo y el materialismo destruyen las esencias, y que Rusia debe liderar una revolución........
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