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No solo durante un apagón: el valor de la radio en las crisis

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Entre las muchas estampas que nos dejó el apagón del 28 de abril en la península ibérica me quedo con esta: en una calle madrileña, un grupo de transeúntes se congregaba alrededor de un automóvil estacionado con las puertas abiertas, mientras la radio resonaba en el silencio extraño de esas horas. Ávidos de información, los ciudadanos se acercaban como polillas a la luz, buscando entender qué sucedía.

Ni televisión, ni redes sociales, ni dispositivos inteligentes funcionaban. Solo la radio –la analógica, la de transistores con antena y pilas– continuó transmitiendo.

El corte en el suministro eléctrico que se produjo a nivel peninsular provocó la caída de numerosas antenas de telefonía móvil, dejando a gran parte de la población sin cobertura ni acceso a internet. Desde ese momento, la información se transformó en el bien más preciado. Las preguntas se amontonaban: ¿qué ha ocurrido?, ¿afecta solo a mi zona?, ¿cuánto durará esta oscuridad?

Estos interrogantes exigían respuestas para tomar decisiones fundamentales: cómo regresar al hogar, qué hacer con los niños, cómo preparar un examen, si abastecerse de agua, comida y papel higiénico… y cómo pagar esa compra extra. Para algunos, las preguntas eran incluso más angustiosas, por ejemplo, cómo mantener funcionando el respirador de un hijo enfermo sin electricidad.

Por fortuna, el apagón duró apenas unas horas. Sin embargo, el papel sedante que la radio desempeñó subraya la importancia de incluir un transistor en ese kit básico de supervivencia ante eventuales crisis. No es solo una herramienta informativa, sino un instrumento de salud pública emocional.

Como en otros momentos cruciales de la historia,

© The Conversation