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Banalidades de “cuaresma”

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11.04.2025

Pensado para poder explicar cómo había sido posible el horror provocado por el nazismo con la Shoá, con el término «banalidad del mal», Hannah Arendt (1906-1975), dejó pensando al resto de teóricos políticos y filósofos. Durante el juicio celebrado en Jerusalén contra el nazi Adolf Eichmann, Arendt identifica la falta de reflexión, la obediencia ciega y la incapacidad para relacionar pensamiento y acción, como las causas últimas de sus crímenes, antes que el odio o una perversidad natural. Eichmann es un hombre normal, que se limitaba a cumplir órdenes de forma irreflexiva, como un burócrata disciplinado, incapaz de reconocer y asumir la responsabilidad derivada de sus acciones.

Lejos de lo siniestro de cualquier tipo de genocidio, la «banalidad del mal» pervive como forma de explicar la estupidez humana: la falta del pensamiento crítico, la carencia de reflexión, la comodidad de la obediencia, el placer tranquilizador de formar parte del engranaje mayoritario, como meros autómatas acríticos. En este sentido, la «banalidad del mal» nos acoge y termina por disolver el valor heroico de tantas posibilidades que nos asaltan de forma cotidiana para hacer frente a la ignominia, a la injusticia, a la imposición, al privilegio, a la indiferencia, a la discriminación.

No he podido evitar el recuerdo de este concepto de Arendt, al ver a mi alrededor tanta irracionalidad a la hora de sumarse a exaltaciones de la más rancia mitología altomedieval cristiana, por parte de instituciones públicas. En la ciudad de Córdoba, su Diócesis,........

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