Fernando Fernández: artista prolífico y transición exitosa del tenor al crooner
Mis ansias adolescentes urgían la aparición de alguna de las famosas vedettes, cabareteras o ficheras del cine mexicano de los setentas, al proscenio del Teatro Blanquita de los ochentas. En vez de ese espectáculo erótico femenino de plumas y ligueros, uno de los primeros artistas en salir fue un señor robusto de blanquísima cabellera, traje elegante para cabaret (colorido y brillante), empuñando el micrófono y cantando quién sabe qué bolero. Antes, lo anunciaron: “Señores y señoras, con ustedes, ‘El crooner de México’, Fernando Fernández”. El público del célebre teatro de variedades lo reconoció y recibió cálidamente. Y mientras el señor canoso cantaba “Arrabalera” o “Amor de la calle” (canciones de su repertorio cinematográfico), mis ansias tuvieron que esperar al menos una hora más la irrupción estelar de alguna exótica ídolo (¿ídola?) de la adolescencia tardía; la variedad tenía que cumplir su ritual progresivo de éxito probado, de menos a más.
El público aplaudía al artista que había pasado con triunfos por casi todos los medios de su prolongado tiempo artístico: radio, disco, cabaret, cine y televisión, y que ahora hacía largas temporadas en este recinto del arrabal inaugurado –cerca del archicélebre Salón México–, con la actuación de Libertad Lamarque el 27 de agosto de 1960. Escenario que hoy se encuentra cerrado y en estado de abandono desde 2015 (se supone que el gobierno de la ciudad lo compró en 2016, lo declaró “patrimonio cultural urbano”, y eventualmente lo reabrirá). Por lo pronto, a pocas cuadras, el Teatro del Palacio de Bellas Artes se ha quedado sin competencia (es lo que diría el crítico José Antonio Alcaraz, que con ironía sobrecargada llamaba Teatro Blancote al dedicado a las bellas artes; “El Blanquito”, dicen otros que........
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