El último emperador de Occidente
Ahora, con Donald Trump re-entronizado como presidente de EEUU, puede uno adentrarse en los procelosos senderos del análisis, libre ya de los llantos dolientes del Accidente colectivo, así como de los ditirambos exultantes de los trumpistas, que tanto recuerdan –unos y otros-, las procesiones milenaristas del año 999 a.C., cuando los siervos del señor creían que el cambio de siglo significaba el fin del mundo. Equivocados estaban aquellos, como equivocados están estos, los unos con sus escapularios, los otros con sus lloros y cánticos estrafalarios. No es la parusía. Es sólo Donaldo. Ya lo dijimos hace semanas y volvemos a decirlo, que es poca la memoria y excesivas las angustias.
Veamos. Trump gobernará cuatro años, cuatro. En términos históricos es nada, y es menos tiempo aún cuando se está en lo que estamos, es decir, en un cambio sistémico, de cambio histórico de ciclo histórico –y perdonen la redundancia las señorías-, cuya consolidación puede ocupar diez o quince o veinte años. Cuando tal se dé (que se dará), Donaldo será historia y, seguramente, para ese entonces, nadie se acordará de él. La década larga que viene será densa, intensa, armada y disputada a cara de perro, sin ofender a los nobles chuchos que nos acompañan desde hace milenios.
Esto, para empezar a quitarle vinagre a la ensalada. A Donaldo hay que entenderlo, que entendederas tiene, a pesar de haber sido electo presidente de EEUU, un cargo que no destaca por las luces de sus ocupantes. Pensemos que Gerald Ford era de granito: le daban martillazos en la cabeza y creía que llamaban a la puerta. Reagan lo ignoraba todo, a tal punto que, si su señora no le ayudaba, terminaba dando sus discursos en el retrete, que confundía con un podio. Bush hijo era semianalfabeto y tenía por costumbre leer los libros al revés: total, del derecho tampoco los entendía. Y Biden, ¡Jesús!, funcionaba con dos botones. Uno decía Ucrania y mandaba bombas. Otro, Israel, y mandaba más. Puede que ahora, jubilado, descubra que su verdadera vocación era ser carnicero, aunque –admitámoslo-, ese ha sido el oficio preferido de los presidentes gringos.
Volvamos a Donaldo. Ha vuelto envuelto de mesianismo, o, más bien, de sembrador de caos y dislates. La edad no perdona y, si eres presidente gringo, menos aún. Ha retornado diciendo que quiere anexionarse Canadá, reconquistar el canal de Panamá y hacerse con Groenlandia. Todos los aludidos son “países amigos”. Como era de esperar, los afectados le cantaron nones y algo más. Donaldo se tendrá que olvidar de sus apetencias expansionistas o tendrá que iniciar la invasión de esos países, lo que no parece posible sin descalabrar las alianzas de EEUU, cada día más escasas y remolonas. Este punto podemos darlo por descartado, con la duda de Panamá, que…
Pasemos ahora a Ucrania. Donaldo pasó de decir que haría la paz en 24 horas (como quien saca un conejo de una chistera), a decir, a los dos días de tomar posesión,........
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