Javier nació, bueno, con defecto congénito muy visible, tan visible que se imponía a la mirada ajena. Pero los padres de Javier decidieron que, desde su más tierna edad, habría de hacer lo que todo el resto, exactamente como los demás. Y aunque esos otros, al mirarlo, reflejaban la carencia, Javier debía actuar llenando el vacío, de manera frenética. Con sus gestos, sus conductas, sus desempeños, nublaba la mirada ajena —llena de pena y conmiseración, cierto— la desviaba y, así, no podía verse en el espejo de otros ojos y reconocerse en ellos.

Nadie podía ayudarlo a comer, vestirse, amarrarse los pasadores de los zapatos, escribir. Y tenía que jugar al fútbol, la pega, billar, damas, ajedrez. Y todo lo anterior lo hacía bien, merced a una........

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