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Bertha Caluff: “He querido amanecer con los ojos de María Betania”

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19.04.2025

Bertha Caluff (Santa Clara, 1964) es de los miembros más destacados de la llamada generación poética de los 80, fértil grupo de autores que protagonizaron en su momento una renovación de la poesía cubana, y a partir de la cual realizó la antología Ellos pisan el césped (Ed. Vigía, 1988).

Estudió Filología en la Universidad de La Habana, y durante décadas se ha desempeñado como promotora cultural. Es autora de los poemarios Casa de Sabra (Ed. Vigía, 1988), Cumpleaños del pato (Ed. Vigía, 1990), Tiranía del mito (Ed. Sed de Belleza, 1994), Imagen tras la Imagen (Ed. Sed de Belleza, 2000), En las playas de todos los mundos (Ed. Vigía, 2007); El vigoroso trazado (Ed. Capiro, 2008), Últimos haikus (Ed. Matanzas, 2017) y Estadios de manzano silvestre (Ed. Unión, 2017).

¿Cuál es el origen de tu nombre?

Bertha Caluff fue el nombre que me dieron mis fervorosos padres. Bertha de Jesús, para mayor exactitud. Así mismo, con ese segundo nombre (genitivo, propiedad de Jesucristo), habían nombrado a los dos hermanos que me anteceden. Única hija, nacida al final de la vida de mi progenitora, no podía menos que llevar su nombre, ya que me trajo al mundo con enorme sacrificio, y se le fue la vida luego de eso. Es un nombre anglosajón cuyo significado me define bastante 1.

A mis lectores y alumnos me presento solamente con el primer nombre y el primer apellido. No deshonro la memoria de mi querida madre con eso, pero los dos apellidos juntos —el otro es Pagés— no me suenan para las portadas de libros; son palabras agudas y asonantes. Incluyendo en esto a “Jesús”, figúrate. No dejo de ser filóloga ni en eso.

Provienes de una familia de ascendencia árabe.

Soy nieta de un inmigrante libanés que arribó a estas tierras con el resto de la familia, de niño, buscando fortuna. Mi padre me contaba que mi abuelo se había “aplatanado” tanto, que hasta el idioma árabe olvidó, y se convirtió al cristianismo con tal de no sobresalir y abrirle paso a él en el mundo de la enseñanza, en la ciudad de Santiago de Cuba, donde las mejores escuelas estaban en poder de la Iglesia. Tuvo esa sola descendencia, a pesar del significado del apellido (“hombre pródigo en hijos”), y logró pagarle la universidad en Estados Unidos, de donde salió, en 1952, como Ingeniero Industrial.

¿Por cuáles caminos, existenciales y literarios, llegaste a la poesía? ¿A qué edad ocurrió esto?

Tengo que remitirme a mi infancia para hablar de los inicios en la literatura. No tuve una niñez fácil, y se me daba bien el español y tener libros entre las manos. Parecía normal en mi casa, donde mis mayores también los tenían, e igualmente eran aficionados a la lectura. El llanto y el dolor parecían ceder ante el mundo de los libros, las letras, los lápices y demás.

Sería que me fue absorbiendo, pero en la escuela el problema fueron los números. Todo lo tocante a calcular era una imposición ante la imaginación que me proporcionaban las letras.

Si hubo una influencia hacia la poesía, y el arte en general, me vino de mi padre. Era aficionado a escribir poesía rimada, y de verso libre también. Mi hermano Fernando, otro tanto. Perteneció al Movimiento de la Nueva Trova y a la Asociación Hermanos Saíz. Finalmente se definió por la plástica. Pero es un lector increíble, y yo le tomaba prestados los libros que traía a casa, lo mismo Dante Alighieri, los cuentos de Edgar Allan Poe que las novelas de Agatha Christie.

Crecí leyendo los tomos de El Tesoro de la Juventud, como mis cuatro hermanos menores, e infinidad de libros infantiles, cubanos y extranjeros. Mucha literatura rusa y alguna que otra pincelada de Dora Alonso, Antoniorrobles, Juan Ramón Jiménez, Julio Verne, Salgari y tantos otros. La infancia y la juventud fueron etapas de mi vida salvadas por la lectura voraz e incesante.

Mi padre fue una figura importante. Sus gustos definieron los míos, no solo en la literatura, sino también en la música. Era amigo de la pintora Sandra Agramonte, la conoció a través de su esposo, un colega suyo; recuerdo ir de pequeña a las exposiciones de ella. Esos ambientes no se me olvidaron.

Me gustaba el ballet, y mi padre lo notaba. Me llevaba al teatro La Caridad a menudo, para ver las temporadas que allí solían dar. Recuerdo vivamente el........

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