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El exocerebro político

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11.06.2025

Cuando escribía mi libro Antropología del cerebro tuve la idea de usar la botella de Klein como metáfora para representar la relación entre el cerebro y el entorno cultural (que llamé exocerebro). Esta botella es el resultado de practicar en un tubo una operación similar a la que se ejecuta en una tira plana de papel para elaborar la cinta de Moebius, una forma tridimensional donde el verso y el anverso son la misma cara. La botella de Klein es un espacio topológico que solo tiene un lado y donde el interior y el exterior no están separados, logrado al unir los dos extremos de un tubo retorciéndolo de tal manera que no forme un anillo. En esta botella se puede pasar del interior al exterior sin cambiar de lado ni atravesar su pared. Es una operación matemática que no puede realizarse físicamente sin una autointersección, pues en realidad la verdadera botella de Klein solo existe en cuatro dimensiones.

Esta metáfora representa la relación entre el cerebro y el exocerebro como una figura en la que hay una continuidad entre el exterior social y el interior biológico. Así, las redes neuronales se extienden hacia el entorno como unas prótesis simbólicas que permiten realizar funciones que el sistema nervioso central no puede realizar por sí solo. Mi idea es que el cerebro se caracteriza por una incompletitud que se logra superar gracias al exocerebro. Se trata de un sistema simbólico de sustitución de las funciones que no puede realizar el cerebro, similar a los sistemas de sustitución sensorial que permiten a quienes carecen de capacidades auditivas o visuales completar por medios artificiales lo que les impiden sus carencias naturales. La botella de Klein, formada por el cerebro y el exocerebro, representa la autoconciencia que caracteriza a los humanos.

El exocerebro está formado por el habla, la música, la danza, las memorias artificiales y un enjambre de símbolos que codifican y clasifican las partes de un sistema cultural, ya sea de parentesco o culinario, de vestido o de construcción de viviendas, de juego o de mobiliario. Son prótesis cognitivas mediante las cuales los circuitos cerebrales buscan completarse mediante toda clase de signos, señales y símbolos que suelen ir acompañados de ceremonias y rituales. Los humanos vivimos envueltos en un conjunto de palabras, sonidos, objetos artísticos, sabores, olores y emociones que transmiten símbolos en un juego social en el que tomamos decisiones y reflexionamos sobre el futuro. Este exocerebro, que continúa y completa los circuitos neuronales, es el que permite que podamos tomar decisiones que escapan a las cadenas deterministas. El exocerebro contribuye a que seamos conscientes de ser conscientes.

Se puede comprender que estas redes exocerebrales atraviesan también las esferas de la política, un territorio repleto de rituales y símbolos. Quiero aprovechar la aparición de un buen libro que explora las relaciones entre el cerebro y la política para reflexionar sobre el tema. La neurocientífica Leor Zmigrod presenta en su The ideological brain los resultados de sus investigaciones sobre los vínculos entre la ideología y el cerebro, en una brillante defensa del pensamiento flexible opuesto al dogmatismo.1Su principal objetivo es entender la manera en que las reglas y los rituales de los sistemas dogmáticos repercuten en el funcionamiento de las redes cerebrales. Para Zmigrod las ideologías ofrecen descripciones absolutistas del mundo basadas en un pensamiento rígido y ritualista. Para investigar este tema comienza exponiendo los resultados de un test psicológico que detecta en un juego la resistencia al cambio en las personas. Descubre que “la gente que es más adaptable conductualmente a las tareas........

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