¿Puede la derecha ser moderna?
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La vida política mexicana está atravesando una época tormentosa. Después de unos pocos años de democracia, las elecciones presidenciales de 2006 precipitaron al país en una aguda y peligrosa confrontación entre la izquierda y la derecha. Aunque muchos políticos rechazan esta polaridad, que consideran anacrónica, una gran parte de la ciudadanía y de los analistas utiliza estas dos nociones para entender y describir la dinámica política mexicana. El problema consiste en que mientras muchos políticos aceptan gustosos ser considerados de izquierda, son pocos los que aceptan la etiqueta de derechistas. Sin embargo, si se abandona el uso de los términos de derecha e izquierda para adjetivar y descalificar al adversario, me parece que podemos utilizarlos con provecho para orientarnos en la geometría política mexicana. Yo usaré aquí estos términos sustantivos para proponer una idea sobre la situación que atraviesa México. Mi propuesta se puede resumir de la siguiente manera: las grandes dificultades que enfrentamos provienen en gran medida de las tensiones internas que podemos observar tanto en el espacio político de la derecha como en el de la izquierda. Creo que las contradicciones en el interior de cada polo afectan profundamente la coyuntura política actual e imponen una dinámica de enfrentamientos dañina que enloda nuestro precario y aún poco consolidado sistema democrático. Ya he expuesto y criticado las contradicciones que atraviesan el territorio de la izquierda y que le ocasionan una agresividad desmedida, una incoherencia aguda y un retroceso alarmante. He señalado la presencia de una trágica paradoja: las corrientes de izquierda moderna de corte socialdemócrata se encuentran atadas a un movimiento populista de tintes conservadores e incluso, en ocasiones, reaccionarios.1 Quiero ahora abordar críticamente algunos de los problemas que enfrenta la derecha y señalar cómo con frecuencia contaminan el conjunto de la vida política.
La derecha en México ha sufrido un problema crónico: la dificultad de conciliar las tradiciones católicas conservadoras con el liberalismo moderno. La derecha que se expresaba a través del PRI durante el antiguo régimen autoritario resolvió aparentemente esta tensión mediante el expediente de ocultar hipócritamente el problema y de aplastar las voces críticas que intentaban expresarse fuera del sistema oficial. En cierta forma, este conflicto es similar y paralelo al que sufría la izquierda, con su dificultad para conciliar las tradiciones comunistas autoritarias con la democracia moderna.
Las tensiones entre las tradiciones católicas y el pragmatismo liberal han tenido manifestaciones y avatares de gran complejidad, y por supuesto no es mi intención repasarlas aquí.2 Estas tensiones son parte inseparable del tejido histórico que fue convirtiendo al Partido Acción Nacional en la poderosa organización política que hoy gobierna al país. En cambio, quiero indagar si las añejas contradicciones tienen una expresión hoy en día. Yo creo que estas tensiones se siguen manifestando. Quiero reflexionar sobre sus consecuencias en el desarrollo del PAN y, especialmente, sus efectos en la situación de todo el sistema político.
Las posiciones cristianas parten de la idea de que la democracia moderna no es capaz, por sí misma, de generar la legitimidad necesaria para que sobreviva y se reproduzca. De aquí su propuesta de que es necesario buscar una legitimidad metademocrática en la “persona humana”, que es –como se suele pensar desde una perspectiva cristiana– un cuerpo espiritualizado o un espíritu encarnado. Cuando se habla de persona humana se suele aceptar, implícitamente, la existencia de personas no humanas, es decir, divinas. En la persona están inscritos preceptos morales absolutos que cristalizan en la familia, en la sociedad civil y en el Estado nacional. Sólo la persona es capaz de reaccionar moralmente ante el secularismo individualista y hedonista que, se supone, corroe a las instituciones. De alguna manera, la subjetividad de la persona aflora en un orden cultural que se expresa como una identidad popular profunda. Así, se cree que el gobierno sólo se puede legitimar verdaderamente si es capaz de apoyarse en este ethos nacional, en cuya base se encuentra el fenómeno religioso, la identidad cristiana de los mexicanos. Las consecuencias políticas de estos postulados son obvias: la legitimidad no se puede generar dentro del sistema democrático, debe buscarse un sustento ético más allá de las instituciones. Por ello Rodrigo Guerra ha concluido que “la soberanía cultural de la nación tiene primacía sobre la soberanía política del Estado”.3 Como puede comprenderse, ésta es una versión religiosa de las tesis nacionalistas que durante decenios afirmaron........
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