Batalla de Ayacucho: Epopeya Libertaria, por Miguel Méndez Fabbiani
Tras la gloriosa jornada de Junín, la Corona hispana, herida en su soberbia, reunió otra vez sus huestes imperiales con inenarrable fiereza.
En las alturas del Cuzco el virrey La Serna convocó a sus generales más leales: Valdés del Austral y Canterac del Apurímac, aumentando así el Ejército de Operaciones del Perú.
Aquella indómita hueste, con jinetes de raza cimarrona y armas relucientes, bebió del licor amargo de la venganza. La serpiente virreinal, mudada en marcha impetuosa, se deslizó hacia el sur en la oscurana de la noche interminable, dispuesta a cercar sin cuartel a los nobles libertadores de un continente.
El General Antonio José de Sucre y Alcalá, cumanés de inmarcesible temple, no vaciló ante la brutal embestida. Con sagacidad cervantina, rehusó el destino de fuga que imaginaban sus enemigos. Cuando La Serna creyó ver a Sucre huyendo, el bravo Libertador se deslizaba astuto como un poderoso jaguar selvático, posicionándose con sus hombres tras el acechante virrey.
En la noche del 25 de noviembre, bajo el manto espectral de la luna, El brillante General Sucre cortó el paso enemigo en Corpahuayco y cruzó el río Pampas con su tropa enmudecida de frío. La corriente embravecida arrastró a muchos, pero ningún espíritu patriota se rindió.
La impía cacería real, no se daría por satisfecha. Por los pueblos de Parcos, Pacmarca, Colcamarca y Quiñota, la hueste de La Serna descendió veloz, con truenos de caballería y escaramuzas de acero.
En Mamara, al alba del 31 de octubre, sorprendieron al general Miller en su campamento. Cayeron las cargas y correspondencias del Libertador en manos enemigas. La vileza coronó el triunfo hispano: el uniforme dorado del propio General Sucre fue repartido en botín entre la tropa del Gerona, como relata con indignación el jefe realista Andrés García.
Sucre, altivo, pero sereno, cambió entonces de estrategia. No huiría mientras el enemigo creyera tenerlo a merced. Sin demora, remontó las lomas de Uripa y trepó entre relámpagos del cerro hasta sellar con laurel inmarcesible la libertad de su pueblo.
Así quedó escrito: la noche oscura de tres siglos se rasgó, y Colombia apareció........





















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