Cocinar, mi testosterona y mis sentidas preocupaciones
Las primeras señales comenzaron en mi infancia. Debí notarlo aquella vez que me ofrecieron Coca-Cola y pregunté si había Nesquik de fresa. La siguiente advertencia fue años después, mientras batía unos huevos y sentí de repente una punzada en la cadera. Pudo haber sido un episodio de artrosis precoz, pero, ahora que lo analizo fríamente, se trataba de la inminente feminización de mi estructura ósea. Una vez, mientras revolvía una salsa napolitana, se me aflojó la voz y empecé a cantar Wannabe de las Spice Girls sin darme cuenta.
En otro momento de introspección me quedé mirando mis manos cubiertas de ajo y perejil, y pensé: ya no hay marcha atrás. Cocinar me está volviendo… suave, blandito, señora. ¡Por las gafas de........





















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