Uno no sabe si son noveleros o cínicos o ineptos. ¿De verdad creen que están salvando el país o saben que están jugando con la suerte de los otros? ¿Alucinan o mienten? Se suponía que, con su vocación, de redes, a darles la cara a los seguidores, iban a desempolvar, a reparar, a revivir el Congreso, pero estos aprendices de legisladores –estos opositores y estos gobiernistas bisiestos– ya son lo que denunciaban a muerte: ya son notarios o frustradores de la presidencia, y no se encarnan ni a sí mismos. Deberían ser demasiado jóvenes para vivir en ese mundo imaginario, mal imaginado, que espera un “golpe blando”. Deberían ser demasiado nuevos para ser tan rancios, tan mañosos, pero, educados en el narcisismo de estos tiempos, son expertos en posverdades e incapaces de diferenciar la fantasía de la realidad. Conforme a los criterios de
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