LUIS MIGUEL CÁRDENAS
ECLIPSADOS POR LA IGNORANCIA DELIBERADA
Los habitantes de este orbe, nacidos de la Tierra y cuantos la transiten, comparten, a modo de virtud o defecto histórico, la inclinación a eclipsar a su congénere, sostenidos por un egoísmo deleznable, en veces, acompañado del ropaje hipócrita de la civilidad. Se nos ha inculcado la admiración por la institución familiar; sin embargo, bajo esta fachada, con frecuencia se oculta un sentir genuino, envuelto en una conciliación apenas tácita donde el sujeto activo y la aparente sujeta pasiva, para emplear arcaísmos hoy en disputa, pactan entre dientes una unión precaria, el obnubiante amor, cuyo final sólo la deidad escurridiza o cualquier otra sublimidad esotérica es capaz de decretar, tanto de hecho como de derecho.
La farsa del amor como fundamento para formar la familia se diluye relativamente fácil en el marasmo de la cotidianidad: ya no te quiero, me cansé de tí, démonos un tiempito, necesito espacio, sino hubiese hijos otro sería el cantar, tengo otra mejor pareja, me cansé de tanta tolerancia, la verdad soy gay fuera de contexto, tirando a la basura eso de, te amaré por siempre, eres mi corazoncito, si mueres, moriré contigo, expone con claridad la naturaleza efímera de nuestra condición: nacemos inexorablemente para morir, jamás para amar inmortalmente. Se infiere así, sin dificultad, que en el llamado amor auténtico poco importa el sexo; lo imperante, como en el fútbol, es dilucidar quién juega de local o visitante. Los heterosexuales machistas creyeron, antaño, poseer el dominio del escenario lúdico; pero ahora, con el advenimiento del profesionalismo, hombres y mujeres se venden al mejor postor, aunque carezcan de la herramienta presuntamente anunciada.
La familia, como organización, es la capacidad simbiótica de dos seres para asumir responsabilidades y competencias, teniendo como objetivo originario la prole, natural o adoptada, aunque hoy día ceda ese lugar a la mera consecución del placer. Decía el profesor Llinás: «Yo no me casé para devorar a mi mujer, sino para compartir». Qué candoroso ideal: admirable sería buscar el pacto, no solo el deleite copulativo.
La familia parental, entre otras formas posibles, encarna, paradójicamente, el principio del fin de la organización social y política del Estado. Su función y formato varían según los matices culturales de cada territorio, donde la identidad y las pertenencias se cifran menos como expresión artística y más como pacto de subsistencia y........
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