LA OSCURIDAD DE LA URNA Y SU ESCRUTINIO
Apreciado lector, por razones de salud, yo, Luis Miguel Cárdenas V., he pedido a mi gran amigo Julio C. Rodríguez G., conocido cariñosamente como El Emperador, que en esta ocasión me sirva de escudero y cirineo en el presente relato, pues es mi discípulo y un vigía silente de la narración territorial.
Agradeciendo la deferencia de Luis Miguel, hoy tomo la vocería de la pluma en este escenario democrático -si así puede llamarse- donde la voluntad popular es la menor de las verdades, para tratar de desenmascarar la teatralidad de un sistema que confunde y manipula conciencias con asombrosa extremidad, desde la narrativa del cuento popular.
Cuentan que en el pueblo de la cocecha del voto, donde el poder se enreda con el asfalto y los cafetales, la democracia siempre ha sido una fiesta, y no es precisamente la celebrada en la perla del Otún en el mes de agosto, sino cada cuatro años, pero de esas en las que uno llega con miedo de que le roben el sombrero, el carriel y varios puchos. Los viejos recuerdan que, desde que un presidente fue elegido a sombrerazos y el noticiero de aquel entonces anunció el resultado antes de terminar de contar los votos, la democracia se cocina a fuego lento y con ingredientes secretos.
Negar estas realidades es como tapar el sol con un dedo. No se le endilga responsabilidad a nadie en particular, porque un proceso electoral no es una institución, sino un sistema, con heterogeneidad de actores, donde algunos de ellos pueden intronizar sombras cuando cumplen un libreto deliberado o impuesto distante de las directrices de quien dirige el proceso, entorpeciendo la transparencia y convirtiendola en apenas un rumor que se pierde entre los aplausos grabados y los gritos de quienes supieron hacer la vuelta.
Lo que sucede es que, en algunas regiones, los resultados electorales son como comprar lotería: el premio mayor casi nunca aterriza en casa, y si cae, es porque el dueño de la rifa ya tenía el número guardado en el bolsillo o es allegado al madatario que, siendo un sepulcro blanqueado, está convencido que huele bien.
Así ha sido siempre, como aquel famoso sombrerazo entre Pastrana y Rojas Pinilla, que no es mito, sino historia real de cambio. Si en tiempos recientes hubo que recuperar curules para el Senado ¿cómo negar que en la........
© El Diario
