Omega-3: Mucho más que una moda alimentaria
Juan David Ortiz Sepúlveda
En tiempos donde la información sobre salud abunda y a menudo se contradice, ciertos nutrientes logran destacar por la solidez de la evidencia científica que los respalda. Uno de ellos es el famoso omega-3. Más allá del marketing de suplementos y etiquetas llamativas en los supermercados, los ácidos grasos omega-3 representan una de las piezas clave para una salud integral, especialmente en el contexto actual de enfermedades crónicas al alza.
Los omega-3 son ácidos grasos poliinsaturados esenciales, lo que significa que el cuerpo humano no puede producirlos por sí solo y debe obtenerlos a través de la alimentación. Existen tres tipos principales: ALA (ácido alfa-linolénico), que se encuentra en fuentes vegetales como las semillas de chía y linaza; EPA (ácido eicosapentaenoico) y DHA (ácido docosahexaenoico), presentes principalmente en pescados grasos como el salmón, la caballa y las sardinas.
La ciencia ha dejado claro su rol protagónico en la salud cardiovascular. Según Calder (2020), “la suplementación con EPA y DHA puede reducir los niveles de triglicéridos, la presión arterial y, en algunos casos, el riesgo de eventos cardiovasculares”. No es casualidad que sociedades médicas como la American Heart Association recomienden consumir pescado azul al menos dos veces por semana (Siscovick et al., 2017).
Pero los beneficios no se quedan en el corazón. Numerosos estudios han explorado el impacto de los omega-3 en la salud cerebral. Se ha observado, por ejemplo, que una ingesta adecuada de DHA durante el embarazo puede favorecer el desarrollo neurológico del feto (Swanson et al., 2012). En adultos mayores, su consumo ha sido asociado con una menor tasa de deterioro cognitivo, aunque aún se investiga la magnitud real de este efecto.
Sin embargo, no todo........





















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