Libertad negativa vs. libertad positiva: un drama en dos actos
Acto I: El grito de la libertad (con banda sonora de fondo y mucho histrionismo). Desde las pampas argentinas, con una mezcla de fervor revolucionario y espectáculo de reality show, nos llega la consigna del momento: ¡Viva la libertad, carajo! Un lema vibrante, electrizante, casi heroico, que resuena con especial fuerza en un contexto donde el Estado ha sido, por años, el gran protagonista de todos los escenarios.
En la visión libertaria, la libertad es sencilla y sin adornos: se trata de eliminar cualquier atisbo de interferencia estatal en la vida de los individuos. Todo lo que huela a regulación es un obstáculo. El mercado, por supuesto, es el único director de orquesta permitido.
Javier Milei, el enfant terrible del liberalismo, ha convertido la definición de Alberto Benegas Lynch en su mantra personal: “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en la defensa del derecho a la vida, la libertad y la propiedad”. En esta narrativa, el villano es claro: el Estado, ese Leviatán insaciable que todo lo devora. Lo que aquí se defiende es lo que la filosofía política denomina libertad negativa: ser libre significa que nadie, especialmente el Estado, se meta en lo que no le corresponde.
Acto II: La otra cara de la libertad (porque no todo es un grito de batalla). Sin embargo, hay quienes osan pensar que la libertad es algo más complejo que la simple ausencia de restricciones. Y, como en toda sociedad civilizada, si vamos a hablar de libertad, conviene escuchar a otros filósofos que han tenido algo que decir sobre el tema.
Después de la conmoción que genera un buen grito de batalla (¡Viva la libertad,........
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