El ciego que no sabe que es ciego
Entre mis memorias de infancia, todavía recuerdo la presencia de mi madre (QEPD), cuando una noche, fría, lluviosa, a la luz de una vela (¡corte de luz!), envuelta su silueta en la luz intermitente de los relámpagos que se filtraba por la ventana y dibujaba el perfil de su rostro como el de una escena cinematográfica, nos relataba, a mi hermano y a mí, un cuento como el título de esta columna.
Decía el cuento que había un pueblo donde nació el hijo del alcalde. Todo parecía normal. La familia feliz, celebraba el acontecimiento; pero al poco tiempo, el médico les dio una infausta noticia: el niño había nacido ciego, apenas podía advertir alguna luz y sombras, nada más.
A fin de proporcionar al niño una existencia más o menos llevadera, la madre y el padre se pusieron de acuerdo en tratar a su hijo de la manera más “natural” posible, así le inculcaron la creencia de que todos eran como él, que todos solo podían “ver” alguna luz y algunas sombras móviles, tal como el las veía. Y así creció el niño, pensando que el mundo era tal cual le habían descrito sus padres y los que le rodeaban.
Ante las preguntas de mi hermano y mías, mi madre, con la sonrisa traviesa que siempre tenía cuando iba a mostrar una sorpresa, nos dijo:........
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