Dan ganas de reír… ¿o de llorar?
Tomé un taxi el lluvioso anterior fin de semana. La ciudad mostraba un techo de nubes oscuras y amenazantes que San Pedro las exprimía de rato en rato. Olvidé decir que, para tomar la movilidad, tuve que pararme en la orilla de una acera y sufrir más de un chapuzón provocado por conductores indolentes a los que el prójimo no les preocupaba.
Paró un taxi apiadándose de mi humanidad. A esa altura ya me encontraba temblando y casi sin fuerza para levantar el brazo y detener un móvil. Su conductor era una señora (o señorita) simpática y con cara sonriente. Por lo mismo, me senté a su lado “¿A dónde vamoj?” preguntó. Le mencioné mi destino y el taxi bramó, partiendo raudo, como queriendo tomar venganza de mi mojazón que ya era evidente. Nos tocó mojar a nosotros, obviamente mi chofer no lo advirtió. Condujo indiferente, sin darse cuenta que su taxi levantaba y lanzaba olas de agua de lluvia mezclada con la de alcantarilla. Las bocas de tormenta, mal diseñadas y peor mantenidas por la desastrosa administración municipal que nos gobierna, (con viaje tras viaje del alcalde populista de la ciudad más grande del país), rebalsaban, aumentado el caudal de agua que corría buscando su cauce, sin encontrarlo. Pero bueno, esa es otra historia.
“Que le parecieron laj eleccionej”, rompió el ruido del motor la voz de la taxista, añadiendo, “por quién votó, si puedo preguntar” “Claro” respondí,........
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