Hay un muerto y no lo sabe
Por Cecilia Lanza Lobo, periodista y escritora
“Ganar siempre le gusta. No le guuusta hacerse ganar”. Eso me dijo Esther Morales Ayma, sonriente, cálida, los dientes de oro, ese diciembre de 2008 en su casa de Oruro, rodeada de un ambiente navideño que empapaba la memoria familiar de un aire cariñoso, panetón en la mesa, pero sin Evo en casa. Habían pasado sólo dos años desde que el hermano menor de los Morales Ayma había alcanzado la Presidencia del país para sorpresa de todos, más aún de ellos mismos, los eternos marginados de la nación.
Por eso el discurso de la hermana Esther, por lo menos aquellos días inaugurales, era amoroso y militante recordando el carácter de su hermano, reacio a la derrota. Amoroso porque la memoria de la matriarca de la familia y del país, tenía como único registro al niño pastor de ovejas, futbolista empedernido. Y militante porque ese niño indígena acababa de hacer historia. Así, Evo no era ingrato con la familia sino que estaba casado con los movimientos sociales. Evo no era engreído sino un hombre ocupado. Es más, el........
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