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La deuda moral con los inocentes

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Hay noches en que el silencio de la celda pesa más que los barrotes. No se escucha la voz del juez ni del fiscal; solo el eco de una pregunta que desgarra: ¿por qué estoy aquí si no hice nada? En Bolivia, demasiadas vidas han sido arrojadas a ese abismo. La condena del inocente no es un “error” del sistema: es su confesión. Cuando el Estado encierra a quien no cometió delito, hiere la dignidad humana, rompe la confianza social y degrada la democracia.

El nombre de Richard Mamani se ha vuelto sinónimo de esa herida. Entró a Morros Blancos, en Tarija, con 19 años y salió nueve años después con las manos curtidas, la mirada vigilante y una juventud que nadie le devolverá. No hubo ADN, no hubo investigación rigurosa: hubo prisa por condenar. Su libertad no llegó por la eficacia del sistema, sino por la tenacidad de una abogada comprometida, el amparo de un sacerdote y el tardío rigor de magistrados que........

© El Deber