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La calle Nueva cumple veinte y un años

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23.06.2025

En abril de 2003, mi esposa, y yo estábamos en Buenos Aires, hospedados en la casa de una pareja de condiscípulos con quienes habíamos estudiado en la Facultad de Derecho de esta ciudad. Una mañana, yo me había quedado solo en la casa mientras nuestro amigo se había ido al trabajo y su esposa y la mía habían salido de compras por el barrio de Flores, donde esta casa se halla
ubicada.

Me había instalado para leer ante una mesa desde donde se veía la calle y sus grandes árboles de un verde refulgente por el sol. Y, de pronto, tomé un papel y me puse a escribir un tramo de mis recuerdos de mi infancia y mi adolescencia en Arequipa. Escribí y escribí, extrayendo de ese denso ámbito que es la memoria los personajes y sus historias que se apretujaban para salir, aprovechando que súbita e inesperadamente se les había abierto una puerta. Una hora después me convencí de que había allí tanto
material y vivencias como para hacer un libro. Pero no un largo relato de recuerdos, sino algo más imaginativo y dinámico, como un libro de cuentos.

Un año después, en Lima, ya tenía el texto de mi primer libro de cuentos al que titulé simplemente La Calle Nueva. El nombre de la calle de Arequipa donde viví, entre 1940 y 1950, cuando transitaba de los 9 a los 19 años. Esta calle comienza en el cruce con la calle que entonces se denominaba La Ranchería y termina al llegar a la plazuela del Asilo Lira. Había sido abierta a mediados del siglo XVII y, como era entonces novísima, se la dejó con ese nombre. Mientras escribía, pensé que esa denominación se justificaba por las inquietudes, sed de aventura, solidaridad y espíritu de trabajo siempre renovados de los niños y jóvenes que allí vivíamos.

En el prólogo de ese libro dije: “Tanto las casas de la Calle Nueva como las de sus transversales eran, hacia 1940, grandes solares de sillar, con techos abovedados los más antiguos. Algunos estaban ocupados por familias de propietarios de negocios y de tierras y de profesionales de éxito. Pero la mayoría habían sido convertidos en vecindarios por la desintegración de las fortunas de sus dueños a causa de la herencia, la necesidad y otros avatares.

Muchos de ellos se habían visto obligados, por lo tanto, a convivir con una multitud de familias de empleados, obreros, artesanos, maestros, policías, ínfimos comerciantes y profesionales de menguados recursos, que alquilaban una, dos o más habitaciones.

En los demás barrios de la ciudad sucedía otro tanto. Las grandes mansiones de los ccalas 1 3 adinerados se fueron quedando como islotes en algunos barrios y calles. “Para los niños y jóvenes, que residían en viviendas alquiladas, la calle era una prolongación de........

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