Gertrudis Briceño Parra “La Parda”, entre el amor y la guerra libertaria / Por Oswaldo Manrique
(2ª. Parte)
Esperaba junto al muro blanqueado de ranciedad y cal. El inclemente sol, le hacía brotar constantes gotas de sudor en su cuerpo. Su esposo lo habían trasladado del Castillo de los Zaparas, el 20 de junio 1813, ante el Auditor General Anca, que lo procesaría en Maracaibo. Se secaba a menudo la cara. La espera es devastadora. De pronto salió y se les acercó Andrés María Manzano, abogado de la Real Audiencia, y defensor de Francisco Xavier Briceño.
Ya sólo se escuchaba el repiqueteo de los cascos de las bestias de los realistas, contra la costra hirviente y tostada de la tierra, en el traslado de los prisioneros.
Dramático fue el momento cuando escucharon que el sitio de reclusión, al que fue destinado Francisco Javier, según la sentencia dictada, sería la mazmorra de la Isla San Juan de Ulúa, situada frente al Puerto de Veracruz en México, sin embargo, a donde fue a parar ciertamente fue al Castillo San Felipe del Morro, en Puerto Rico; hasta allá tuvo que ir a afanar y luchar sobreponiéndose a los riesgos, para liberarlo ¿Quién más podía asumir esa responsabilidad y reto?
Era casi que imposible, escapar de aquellos muros. La única forma de llegar y salir era a través de una barca, bote o de alguna embarcación. Era un sitio clave en la defensa del Imperio español en América, integrado a las rutas oceánicas de circunnavegación establecidas por el Reino, utilizado como muelle alterno y cárcel. Con los grillos metálicos puestos, arrojados a un encierro inmundo en el fondo del barco, fueron llevados él y Pedro Fermín su hermano mayor y Domingo hermano menor, a la Isla del Encanto.
Después de un viaje de 15 días navegando, llegar a las murallas de cal y canto y piedra múcara de la mazmorra del Castillo San Felipe del Morro, en el extremo norte de la ciudad de San Juan de Puerto Rico, los hermanos Briceño, observaron que era inexpugnable; al pasar a sus encierros, encontraron cientos de hombres agachados, con frio, hacinados en varias celdas siniestras, cavernosas y hediondas, en las que se oían los lamentos y quejidos de los prisioneros. Lo llamaban el infiernito del Caribe. Los prisioneros recién llegados, se deprimieron al ver aquel antro inhumano.
Los tres estaban en cuclillas, sobre las baldosas arcillosas del sucio patio de los infidentes, poniendo entereza, dignidad y alma para sobrevivir.
A los pocos días, Gertrudis, se endeuda y obtiene algunos recursos, parte del lago de Maracaibo, atraviesa el Mar Caribe, y se aloja en una posada en San Juan de Puerto Rico; hasta allá se va solidariamente. Ella, lleva en su pensamiento como objetivo un plan de fuga; fue promoviéndolo conjuntamente con sus cuñados, Pedro Fermín y Domingo, y sus esposas, así como, los familiares de los patriotas Juan Manrique, ex gobernador militar de Trujillo en 1812, capturado el 8 de junio, condenado a pena capital (Diccionario de la Insurgencia: Tomo II, pág. 33). También Juan Antonio Paredes, Teniente Coronel de caballería, vocal de la Junta Revolucionaria y gobernador militar de Mérida, había sido condenado a muerte y recluido en Puerto Rico.
Un día en la mañana logran ver, confundido entre harapientos y hediondos presos comunes y entre rateros de miradas cínicas, un joven de 19 años de edad, campesino nativo de La Victoria, su nombre Felipe García de Sena.
– Vean aquel infeliz jipato, triste y azorado, mirando los rostros curiosos de los presos y las oscureces de la cárcel. Comentó uno de los presos, que se asoleaba en el patio.
– ¿Qué crimen pudo cometer ese joven, casi un inocente? ¿Por qué lo mandaron para acá? Preguntó Pedro Fermín. El inquieto Francisco Javier, les dijo:
– ¡Oh! por un enorme delito que os producirá roncha. Figúrense que por ser ayudante del teniente coronel Juan Manrique, Gobernador de Trujillo, este joven Felipe, está acusado de haber participado en la conspiración para la toma militar de Maracaibo, y fue sentenciado a destierro perpetuo y enviado para acá. (Diccionario de la........© Diario de Los Andes
