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Pararrayos e inundaciones para atrapar la lucidez

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26.07.2025

Las manos largas y huesudas sobre la mesa del café, el periódico extendido, la mirada suave y sabia, una sonrisa y el saludo constante:

—Buenos días, como se siente hoy.

—Estoy bien— le respondo.

Siempre que lo veo me maravillo de cómo ni las peores situaciones han podido con él. No viste bien y se nota su estado de vulnerabilidad. En su bolsillo delantero, una Biblia pequeña que abre cuando termina con los análisis políticos, los artículos de fondo y las notas periodísticas. Sus dotes de pensador también sorprenden. No tengo idea de si este hombre estudió alguna carrera como Filología o Ciencias Sociales, pero posee un bagaje poderoso en varios sentidos. Lo curioso es que ni a él ni a mí se nos ha ocurrido decirnos nuestros nombres. No sé quién es esta persona que podemos catalogar como mendigo, si es que existe alguna voluntad clasificadora en las charlas que sostenemos. Prefiero verlo como un amigo leal.

En la ciudad suele haber este grupo de gente, ellos caminan en el día de un lado a otro y en la noche duermen en los portales de la biblioteca o en los predios del Hotel Santa Clara Libre (siempre en las afueras). Negarlos es tapar una realidad de un país que posee matices contrastantes, claroscuros que como los cuadros negros de Goya no muestran lo más amable, sino el lado sombrío de una complejidad social y de un estamento inscrito en la historia. Al señor del Café Literario lo conozco porque compartimos la fe en los libros y las conversaciones largas. Es como un doble del Caballero de París, pero situado en esta ciudad a medio estar en una isla. Santa Clara, Remedios, La Habana, Caibarién; todas esas........

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