Los sueños
Corro rápido por los pasillos de la escuela secundaria de un pueblo del interior de Cuba, leo un libro en medio de un aguacero de mayo mientras en la calle se produce un carnaval bullicioso cuyos papeles y latas ruedan días y días posteriores y forman un tornado de suciedad y memoria, hago lo posible por mantenerme en equilibrio en un ejercicio militar en la porción de la vida en la cual transitas desde la adolescencia a la juventud, saboreo el aire montado en un tren que viaja a toda velocidad con las ventanillas abiertas a las tres de la mañana, subo las escaleras de la universidad con gesto confundido sin saber qué puedo esperar de las aulas enormes, llenas de luz, largas donde durante cinco años trataré de aprender periodismo quizás sin que eso determine que llegue a serlo. La memoria de la vida funciona así, como un túnel que se estrecha y que en su extremo más lejano se comporta como un torbellino donde las fuerzas centrípetas destruyen los contornos del ser. Todo marcha desde el caos al caos, pasando por el caos.
En esta porción cercana a los cuarenta años, cuando se ha vivido la sucesión de cambios en un país que tampoco tiene vocación de lago tranquilo y estable, sino de río de fuego a lo Heráclito; algo me conduce a un pensamiento terrible, pero tremendamente necesario: ¿dónde están los sueños, aquellas ideas tiernas de antaño que me elevaban por encima de las dificultades? No hablo de la mera voluntad de aspirar a un puesto de trabajo o un título universitario, sino esa sensación de felicidad casi tonta que emana de un estado ingenuo, leve y joven de la existencia.
Hace unos dos años estuve junto a mi novia en una rara excursión. Mientras otros fueron a vacacionar a playas y piscinas, decidimos una tarde irnos veinte años atrás. El viaje era hacia el Instituto Vocacional de........
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