La gran coartada: culpar a la educación por los pecados del poder
Las propuestas electorales de los candidatos presidenciales se parecen a esos formularios burocráticos interminables que uno llena en ventanilla: muchas casillas, mucho sello, pero ninguna inspiración. En vez de soñar con un país distinto, nos ofrecen la emoción de una fila en una repartición pública. No hay épica, no hay relato, no hay esperanza, no hay futuro; apenas un manual de procedimientos y por supuesto todas las versiones de guerra sucia, y sentimentalismo barato vehiculado por TikTok.
Los programas económicos caminan en círculos dentro del viejo patrón extractivista, como hámsters obsesionados con el gas, el litio o cualquier cosa que se pueda vender al peso. Algunos le ponen un barniz estatista, otros un perfume privatizador, pero en el fondo el guion es el mismo: extraer, exportar y esperar que la suerte del mercado internacional nos sonría.
Las llamadas consignas movilizadoras de la actual oferta política son, en verdad, intereses económicos cuidadosamente maquillados con ropajes de epopeya. De un lado, se agita la bandera de “legalizar” los autos chutos, según el humor de la tribuna; del tambien se invoca la idea de dinamitar la aduana, metáfora que suena más a sesión de catarsis grupal que a una política pública seria.
No falta quien propone un idilio con la suegra FMI, esperando que de ese matrimonio convenido broten dólares envueltos en papel de regalo. Asimismo, con entusiasmo casi poético, prometen transformar empresas públicas quebradas en un club de flamantes propietarios, como si la insolvencia pudiera resolverse con un cambio de dueños.
En el fondo, todos se embriagan con los instrumentos de la política pública: decretos estabilizadores, reformas superficiales, aceptación o no, de subsidios y otros. Los instrumentos se exhiben con solemnidad, como alquimistas que creen dominar el secreto de........
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