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Agenda 2030: no tener nada, ni siquiera patria

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25.02.2024

La asociación entre felicidad y nación es una de esas operaciones de manipulación social a gran escala que comenzó en el siglo XIX. Un siglo que hubo de gestionar el fracaso de la Ilustración con recetas aún peores como el idealismo anglosajón y la explosiva mezcla de romanticismo, irracionalismo, naturalismo, nihilismo y vanguardismos felices de autodestruirse. Decimonónica es la idea del estado-nación, cuya racionalidad aconsejaría el sometimiento uniforme de todos los componentes de una nación, eso sí, con un proyecto de conjunto para beneficio del común. Son precisamente los estrafalarios separatismos españoles como el catalán, el vasco y ahora el gallego, los que, tal vez sin querer, ponen de manifiesto el siguiente delirio: como quieren construir un estado nación que no existe apelan a una supuesta nación previa que tendría derecho a tener su propio estado. Los cabecillas de estas operaciones aprovechan los recursos del Estado español para proclamar sus demandas, pero, en la práctica, lo que hacen es corromper y parasitar el Estado de derecho para obtener pingues beneficios. Se saben protegidos por el Estado español. A la plebe de los territorios bajo su cacicazgo no paran de prometerle felicidad nacionalista que es una vía cómoda para que la gente acepte el totalitarismo. Por supuesto, esa vía hacia la felicidad se concibe y se promociona como progreso.

El término progreso deriva del sustantivo “progressio” en latín y también de “progressus”, participio pasado del verbo intransitivo “progredior” o........

© Vozpópuli


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