La jauría feminista
Lo que nos atrae del caso de Errejón son las bajas pasiones. Las suyas, las nuestras —es tan difícil sustraerse al cotilleo…— y las de su pandilla; esos seres de luz que ahora fingen sorpresa y hacen como que se escandalizan. Asustadas por la posibilidad de perder su lujoso tren de vida, las compañeras del más feminista de los héroes le han organizado un auto de fe en el que quien lo amó le niega la presunción de inocencia, y quien lo eligió como portavoz —sabiendo que era un acosador— enarbola la antorcha que prenderá el fuego purificador. Todavía estoy viendo a Yolanda Díaz en el Congreso el día antes de que él dimitiera; hablándole muy cerca, mirándole arrobada y acariciándole la cara como, por otra parte, hace con todos los hombres. Antes, a ese tipo de mujeres se las llamaba —tiraré de eufemismo— calientabraguetas. Pero, gracias a los dogmas de fe que la extrema izquierda nos ha impuesto, llamar a las cosas por su nombre hoy es delito de odio.
El rabioso feminismo patológico de Irene Montero y sus amigas lleva años obligándonos a vivir en una fantasía en la que las mujeres somos ángeles acechados por nuestro depredador natural: el hombre. Personificado ahora en Íñigo Errejón, que —drogaínas aparte— ha llegado “al límite de la contradicción entre el personaje y la persona”;........
© Vozpópuli
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