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Doña Sofía y el poder de la leona

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06.11.2024

Sofía Margarita Victoria Federica de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg y Hannover (nombre luego simplificado a “Sofía de Grecia y Dinamarca”) nació en el palacio de Psykhikó, Atenas, el 2 de noviembre de 1938. Fue la mayor de los tres hijos que tuvieron los que entonces eran príncipes herederos de la monarquía griega, Pablo y Federica, que llegarían al trono en 1947.

La infancia de Sofía fue francamente difícil. Primero por las características propias de la casa real griega, artificiosa y muchas veces inestable, que procedía (entre otros sitios) de Dinamarca, Alemania y el Reino Unido. Segundo, por la personalidad de su madre, Federica, una mujer de fortísimo carácter que “mandaba” mucho más que su marido, el bondadoso y espiritual Pablo. Y tercero porque la historia del mundo de aquellos años fue una locura. Sofía estaba a punto de cumplir dos años (octubre de 1940) cuando, recién comenzada la segunda guerra mundial, primero los italianos de Mussolini y luego los alemanes de Hitler invadieron Grecia. La familia real decidió abandonar el país (cosa que no todos los monarcas europeos hicieron cuando les pasó lo mismo), y Sofía y sus padres se instalaron en Alejandría, Egipto, bajo dominio británico.

Pero los británicos desconfiaban de Federica, de origen alemán y de simpatías progermánicas muy difíciles de disimular, y decidieron llevarse a los herederos griegos a la otra punta del mundo: a Sudáfrica. El dinero no abundaba en absoluto y la familia tuvo que cambiar de residencia, según la propia Sofía, 21 veces en cinco años. Alguna de aquellas casas era verdaderamente miserable: la princesa Federica se dedicaba a matar a las ratas con un palo para evitar que mordiesen a Sofía y al recién nacido Constantino; Irene, la pequeña, llegaría pronto.

Estos primeros años marcaron para siempre la personalidad de Sofía: si hay algo que le produce terror es la inestabilidad, la incertidumbre, el no saber qué pasará en el futuro. Y esa ha sido, precisamente, una de las constantes de su vida.

La familia real regresó a Grecia en 1946, después de que los griegos, en un plebiscito, prefiriesen la monarquía por abrumadora mayoría. Pero volvieron también en medio de una terrible guerra civil instigada por los soviéticos. Esos, los del final de la niñez y los de la adolescencia, fueron unos pocos años de tranquilidad para Sofía. Creció en el que siempre consideró su hogar: el palacio de Tatoi, a unos 20 kilómetros de Atenas. Un vergel que no tenía nada de palaciego; era más bien una gran casa de campo rodeada de bosques y jardines. Al año siguiente, 1947, murió el rey Jorge de Grecia, que no tenía hijos, y su hermano menor, Pablo –el padre de Sofía– se convirtió en rey.

Los estudios “en serio” de la joven Sofía comenzaron, por voluntad de su madre, en Alemania, en el durísimo internado Schule Schloss Salem. Allí no había privilegios de ninguna clase. Sofía pasó hambre y frío. Y aprendió, como sus primos de la casa real británica, a no quejarse jamás. No lo olvidaría. De aquel tiempo procede una de las características más visibles de Sofía: su inalterable sonrisa que, como la de su prima Isabel II de Inglaterra, no desaparece prácticamente nunca.

Estudió apasionadamente música, que es uno de los grandes placeres de su vida; también arqueología, idiomas (habla perfectamente cinco; el español fue el último que aprendió) y, ya de vuelta a Grecia, puericultura, donde descubrió otra de sus grandes y más duraderas pasiones: los niños, la infancia y sus problemas. La muchacha, apenas una quinceañera, tenía ya una más que sólida formación intelectual que continuaría en Cambridge. Y más adelante en España.

En agosto de 1954 (quince años tenía Sofía) la reina Federica organizó un astuto crucero de trece días a bordo del buque Agamenón. Los invitados eran los miembros de todas las familias reales europeas, reinantes o no. ¿Pretexto? Fácil: fomentar el turismo en Grecia y recuperar el contacto entre los royals europeos, muy quebrantado desde la guerra. ¿Intención........

© Vozpópuli


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