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Historia de un okupa

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17.09.2024

Nunca hubiera imaginado que mi destino en España iba a ser éste, pensó mientras iba a paso ligero a la farmacia. El dolor de cabeza se había hecho insoportable y no había tenido más remedio que salir del piso para comprar un analgésico que lo aliviara. No era conveniente dejarlo tanto tiempo vacío porque los anteriores okupas, incapaces de darse por vencidos, seguían rondándolo, pero a veces no queda más remedio que arriesgarse. Con esa migraña no servía para nada, se le habrían metido dentro cuando hubieran querido. Diez minutos y estoy de vuelta, se dijo a sí mismo. Andaba tan rápido que notaba, además del pulso del dolor por detrás de los ojos, cómo le latía el corazón.
Nuestro hombre había salido de su país hacía un par de años, huyendo de la dictadura bananera que se había adueñado de él y que gozaba de tantas simpatías en el actual gobierno de España. Allá su vida había sido muy distinta. Universitario de expediente brillante y con un buen trabajo en su sector, había tenido que dejarlo todo, su familia, su carrera y su proyecto de vida, por pura supervivencia. Al llegar a España tuvo que conformarse con lo que le fue saliendo, hasta acabar de chico para todo en una empresa inmobiliaria.

Le fue bien con sus empleadores, que pronto se fijaron en aquel hombre joven pero ya no tan joven, cumplidor e inteligente, que aprendía a la velocidad del rayo a trabajar con sus manos y a moverse en la calle. Visto de lejos, alto y delgado como era, parecía enclenque, pero por debajo de la camisa tenía el cuerpo fibroso y musculado de quien no........

© Vozpópuli


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