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Degradación

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16.08.2024

Degradación es una palabra fea. Anuncia siempre algo que está en movimiento, que no ha finalizado. Algo que fluye y se desplaza y, aunque lleva el sello de lo inevitable, no tiene por qué serlo. Pero, sí, es fea. Degradación es un vocablo desagradable y sin embargo está bien presente entre nosotros. Avanza convenientemente entre nuestras cosas sin que nos inmutemos. La anestesia que nos inoculan con palabras tiene efectos lisérgicos incluso en las personas más informadas. La degradación vive del cansancio, de la repetición y el hastío. Y por ese triunfa ante la atenta mirada de ciudadanos inmovilizados por la costumbre. Cada vez que veo en la televisión a Félix Bolaños creo estar viendo a un maniquí de esos que coloca El Corte Ingles en su escaparate de la calle Preciados. Le cambian la corbata un día, la americana otro, es el mismo siempre. Da igual que me pare a ver o no al estafermo. Y si hablara, lo mismo: siempre tiene la culpa la derecha, ellos son justos, patriotas, amantes de la ley y de la Constitución.

Pedro Sánchez nos ha acostumbrado a mirarlo sabiendo que en él vemos el disparate y la mentira; la trampa que vive siempre en ventaja, y así, un día tras otro y mientras no cambie, hace que nos acostumbremos a este estado de postergación y embrutecimiento que ya no extrañamos. Seis meses antes de la Guerra Civil, la prensa más sensata -la poca que había y conseguía saltarse la censura impuesta por Gil Casares y Azaña-, calificaba de política del embrutecimiento aquel ambiente tóxico y retorcido en el que hozaban los radicales de Largo Caballero, la Pasionaria y Calvo Sotelo. El embrutecimiento no sólo estaba en el lenguaje, como ahora;........

© Vozpópuli


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