Inocentes
Mañana es el día de los Santos Inocentes, fiesta algo decaída que durante mucho tiempo fue día de las bromas ingeniosas con un nombre propio e idiosincrásico: inocentadas. Esta fiesta reconoce el importante papel moral de la inocencia para amortiguar el riesgo de caída entre los peligros mayores de la imbecilidad y del cinismo, pues la consciencia de ser a veces uno mismo un poco inocente preserva de ambos extremos. Solo la gente pervertida sin remedio y los tontos de capirote carecen de esa conciencia, imprescindible para la vida emocional equilibrada, de saber que hasta los más honrados y listos se engañan de vez en cuando.
Supongo que esa es la razón de que, en su sabiduría bimilenaria, la Iglesia reservara una fiesta para la santa inocencia, dedicada a las víctimas de Herodes, aunque las pobres criaturas asesinadas, más que inocentes, fueran inconscientes. Otras religiones y tradiciones tenían fiestas parecidas. En la antigua Mesopotamia, origen remoto de casi todo, tenían una fiesta del falso rey que, según Mika Waltari en su hermosa novela Sinuhé el Egipcio (símbolo literario del inocente), elegía a un imbécil como rey provisional por un día; esa patochada divertía enormemente al pueblo, sobre todo porque el pobre iluso era ejecutado al día siguiente, si no tenía la suerte o astucia de pasar de rey fijo discontinuo a propietario del trono. Los romanos llevaron esa inocente diversión político-plebeya a un grado superior con la institución del panem et circenses en la que, por desgracia, no podemos detenernos.
Los grandes mitos se heredan atravesando los milenios; hallamos una inocentada parecida a la babilónica en el famoso capítulo del Don Quijote cervantino donde Sancho es convertido, por fin, en gobernador de la Ínsula Barataria prometida por su señor don Alonso Quijano para diversión de los duques, pero........
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