Un Estado democrático innecesariamente débil
Recientemente, en su labor de difusión diaria, la Real Academia Española (RAE) recogió en sus redes sociales la palabra ‘lenidad’ —del latín lenitas—: «Blandura en exigir el cumplimiento de los deberes o en castigar las faltas». Más que la palabra del día, ¿no es acaso la que describe a nuestra sociedad? Imagino que a algunos lectores les vendrá inmediatamente a la cabeza la corrupción que envuelve al Gobierno de Pedro Sánchez, ya sea por la anulación de condenas a políticos del PSOE por los ERE de Andalucía, a través de un Tribunal Constitucional de mayoría gubernamental —progresista o conservador son eufemismos utilizados para despistar—; o por dar impunidad a los dirigentes de un separatismo golpista a cambio de permanecer más tiempo en la Moncloa, entre otros casos que aún se investigan. Pero el problema llega mucho más lejos, y la corrupción política ni siquiera es su mayor expresión.
Partiendo de dicha definición, el asunto puede abordarse desde al menos dos perspectivas. La primera de ellas tiene que ver con el individualismo imperante, aquel que rechaza por lo general cualquier sentido del deber hacia la comunidad que nos da cobijo. Una de las justificaciones habituales del sistema de producción capitalista es que la suma de los egoísmos aislados produce —a través de la manida mano invisible— una relación armónica, o al menos la más armónica posible, en la que el bien común se ve satisfecho mientras cada cual mira por lo suyo. Que se lo expliquen, por ejemplo, a las familias expulsadas por el........
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