¿Qué tienen en común un embrión humano y la escultura de Miguel Ángel?
Somos muchos los que hemos tenido la enorme suerte de visitar la Academia florentina y contemplar una de las esculturas más emblemáticas del Renacimiento: el David del gran Miguel Ángel Buonarroti. A pesar de tratarse de una obra maestra y una de las manifestaciones artísticas más globalmente conocidas y encumbradas por críticos y estudiosos de las bellas artes de todos los tiempos, me voy a referir a ella de una forma muy poco convencional.
La excentricidad radica en que no me voy a centrar en la obra en sí misma sino en el pasillo que hay que recorrer hasta llegar a la sala circular que la alberga.
En ese transecto se exhiben cuatro esculturas conocidas como Los Prisioneros o Los Esclavos: El esclavo joven (Lo schiavo giovane), El Atlante (Atlante), El prisionero despertándose (Prigione che si ridesta) y El esclavo barbudo (Prigione barbuto).
Las cuatro fueron pensadas originalmente para la tumba del papa Julio II como complemento compositivo de la figura principal: el Moisés (otra obra brutalmente maestra del artista, visitable en la romana San Pietro in Vincoli).
Sin embargo, nunca llegaron a ocupar el lugar para donde fueron diseñadas debido a esas luchas de poder que parecen ir acompañando a las familias pudientes desde siempre.
En cualquier caso, Miguel Ángel no las terminó y esa circunstancia nos viene al pelo: nos permite adentrarnos en una de las anécdotas más célebres de la Historia del Arte. Me refiero a la frase atribuida al maestro cuando,........
© The Conversation
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