¿Qué tiene el mar que nos hace sentir tan bien?
Posiblemente hayan escuchado decir que cuando nadamos en el mar, cuerpo y mente retornan a su estado más primigenio. Que nos sentimos fenomenal porque es como si retrocediéramos al útero materno o nos trasladásemos a etapas evolutivas muy ancestrales, a la de nuestros remotos antecesores peces.
Pues bien, todo esto no son más que las versiones embrionaria y evolutiva, respectivamente, de … ¡un enorme mito carente por completo de fundamento científico!
Por muy atractivo que suene literariamente, no tenemos capacidad para recordar ni el estado ontogenético de nuestra persona como individuo, ni el estado filogenético de nuestro linaje como especie. Dicho de otra forma, ni nos acordamos de lo cómoda que era la bolsa amniótica que nos protegía cuando éramos fetos ni, muchísimo menos aún, tenemos la capacidad de saber lo que sentían los taxones que nos precedieron en nuestro camino evolutivo hasta la condición de Homo sapiens actual.
Lo que sí es evidente –y repetidas veces contrastable y verificable– es la sensación de bienestar que nos genera un baño en el mar.
Y ojo, porque el bienestar va más allá del simple placer. Mientras que el placer sería el disfrute de algo relacionado con el éxtasis o la euforia puntual (es decir, es una sensación inmediata), el bienestar es algo más profundo, es un estado de agrado más “consolidado”, armonioso y sosegado y que trasciende lo puramente sensorial. Y se debe a que, mientras el placer se relaciona más con lo experimentado, el bienestar implica aspectos más plurales como la salud, la virtud, el conocimiento o la satisfacción de los deseos.
Cuando nos adentramos en el mar, y desde esta perspectiva, al placer puramente somático se le uniría un bienestar mental, bastante más complejo, que nos hace sentir en la mismísima gloria.
Pero........
© The Conversation
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