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Innegociable

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30.11.2025

Hay un punto en la vida, generalmente después de cierta cantidad de incendios apagados, lágrimas y pañuelos de papel, de gente que uno quiso rescatar sin tener la más mínima formación en salvamento o primeros auxilios, en el que uno se pregunta: ¿por qué diablos esto no me lo enseñaron en primaria?

Queridos, la paz es el verdadero artículo de lujo de esta vida y no es negociable, ni transable, ni intercambiable, punto. La paz, cuando por fin la encuentras, es un patrimonio inmarcesible y perderla por cortesía es una estupidez que ya no pienso volver a cometer; por ese camino no regreso a la horrible noche.

Démosle perspectiva a esto, porque llegar a esta conclusión nunca es gratis. Negocié tantas cosas en mi vida que, si las cobrara hoy, ya tendría mi propio fondo de inversión. Negocié mi calma, mis tardes de descanso, mi instinto, mis límites, mis ganas de decir “no”, incluso negocié mis benditos silencios, mi espacio, y todas esas veces no hubo una sola en la que sucediera lo contrario; la factura llegó con intereses.

Cada vez que cedí en algo que me rompía, se me fue un poco de alma y, cuando me vi rota y desgastada, pude, finalmente, entender, tarde porque testaruda siempre he sido, que no, no tengo tantas almas como para estar regalándolas por ahí. Hoy lo tengo clarísimo: hay innegociables que son mi religión. Así que, veamos.

Hoy decido estar donde me siento bien. Parece obvio, ¿no? Pues no lo es. La mayoría de los mortales hemos vivido donde creemos que se debe, no donde se quiere. Hemos soportado ambientes y personas que nos marchitan, relaciones de toda índole que nos han quitado la alegría, trabajos que nos robaron la chispa vital y todo por esa vieja y torpe lealtad a lo incómodo. Pues yo, ya no.

Si no hay un dar y un recibir equitativo, no estoy diciendo perfecto, digo equitativo, con toda tranquilidad recojo mis corotos y me voy. Sin culpa, sin discurso, sin temor. No, señor, yo ya hice suficientes prácticas no remuneradas en escuelas donde enseñan........

© Revista Semana