El pensamiento político de Lukács
En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos el texto de una conferencia pronunciada por Manuel Sacristán en 1985 sobre el pensamiento político de Lukács.
Nota del editor.- Este texto es la transcripción de una conferencia que dictó Sacristán el 30 de abril de 1985 en la conocida y desaparecida librería barcelonesa «Leviatán» -en aquel entonces dirigida por un grupo de amigos próximos a la LCR (Liga Comunista Revolucionaria)- sobre el pensamiento político de Lukács.
De esta penúltima conferencia, en la que fue presentado por José Gutiérrez, entonces redactor de Inprecor, se han conservado el guion -que reproducimos a continuación- y una grabación de la misma. Asimismo, se ha recogido –parcialmente– el interesante coloquio que siguió a la exposición inicial.
Al final de del esquema figuran unas notas manuscritas probablemente tomadas por Sacristán durante el coloquio de la conferencia: -No vale el análisis eurocéntrico -La elevación del nivel de vida -Gorz-Sweezy –Historia y consciencia de clase -Frente Popular].
Sacristán inició su intervención con las siguientes palabras:
«Primero, antes de entrar en el asunto, quería justificar porque no quiero terminar tarde. Es porque no puedo. Por cuestiones médicas [diálisis 3 días por semana] tengo una serie de limitaciones. Y luego quería decir que eso que ha dicho Pepe [Gutiérrez] de la escasez de actos de conmemoración de Lukács en su centenario tiene, de todas maneras, una excepción. Es posible que a principios de junio y en otoño haya conmemoraciones pero, la verdad, debidas al impulso de la embajada de Hungría. El agregado cultural húngaro, que es un hombre bastante abierto, está intentando conseguir un acto en el Ateneo [barcelonés], que seguramente será el cuatro o cinco de junio –y habrá otro seguramente en Económicas ya en otoño–, con un hombre que conoce muy bien a Lukács y le ha traducido bastante al catalán que es Ivars».
Lo que quiero hacer, efectivamente, es algo premeditadamente entre amigos. Es de suponer que los asuntos que voy a sacar no fueran de ningún interés para el público general –por ejemplo, para ese filósofo que no quiere ni oír hablar de Lukács– y, por consiguiente, va a ser una visión en la que, además de parcial, me va a interesar poco la filosofía general de Lukács y tampoco su teoría literaria. Me va a interesar principalmente el pensamiento político y, además, visto desde un punto de vista de izquierda comunista, que seguramente sería de poco interés para los demás.
Desde un punto de vista de izquierda comunista, lo primero que hay que decir, creo yo, es que lo que Lukács nos deja es muy ambivalente. No querría decir ambiguo, no digo que sea oscuro. Lukács era claro en su pensamiento, pero es ambivalente porque se ha movido por líneas bastante distintas, en muchos terrenos. Para empezar, como es natural y como es obvio, en su práctica política. Lukács ha sido, por una parte, un intelectual comunista muy independiente que nunca pasó por el aro de la censura de Zdanov, del falso dogmatismo de Zdanov, que en el fondo no era un dogmatismo de verdad, era un dogmatismo puramente oportunista, para el control político y no por razón de ideas aunque fueran dogmáticas. Pero mientras que, por una parte, era un intelectual muy libre, muy independiente y muy valiente, en la defensa de sus ideas, luego en cambio, sea por convicción, sea por conformismo, en cuestiones que podían parecerle menores fue seguramente demasiado flexible, por así decirlo, demasiado atento a las necesidades de disciplina del momento, o de lo que él consideraba su disciplina.
Y como político activo, lo mismo, aunque aquí quizá con más sabiduría. Lukács fue primero uno de los dos grandes intelectuales de la izquierda comunista criticada en el ensayo de Lenin sobre el izquierdismo. El otro era Korsch. Lukács y Korsch eran los dos principales, ambos atacados como filósofos. Había algunos otros pero que entonces eran menos conocidos y que además importaban más como políticos. Por ejemplo, Pannekoek y los consejistas holandeses. Pero como filósofos, los que importaban eran claramente Lukács y Korsch.
Lukács se retractó. Yo creo –no quiero extenderme en esto porque escribí, además, una nota en El País hace poco sobre ello– que se retractó sinceramente, que aquello no fue una operación oportunista sino que de verdad admitió que su libro [Historia y consciencia de clase] era idealista. Pero luego, a continuación, se provoca el verdadero problema político que consiste en lo siguiente: él ha vivido como comisario del pueblo con Béla Kun las principales etapas de la revolución húngara, que es uno de los fracasos más sangrientos de las revoluciones obreras de finales de la primera Guerra Mundial; ahí verdaderamente la masacre fue espantosa, y entonces Lukács reaccionó construyendo una línea de alianzas, una línea que podríamos llamar, anacrónicamente, porque entonces todavía no se hablaba de eso, frente-populista, por así decirlo. Todavía no era eso, faltarían muchos años para que se acuñara la expresión «frente popular», pero la línea ya era eso, más bien frente-populista, que era una especie de reacción defensiva por el desastre que habían vivido. Entonces, en el Congreso siguiente del partido húngaro, quedó en minoría absoluta. No sé exactamente cuantos votaron con él pero poquísima gente. Entonces él sacó una consecuencia muy característica de su vida política: como ha escrito varias veces en sus apuntes autobiográficos, decidió que puesto que él llevaba razón y el partido le dejaba en minoría es que él no servía para hacer política, y que, por tanto, se retiraba y se dedicaba sólo a filósofo comunista y no a político comunista.
¿Qué hay detrás de esto? ¿Se puede creer que era sincero al decir eso, que su derrota en el congreso húngaro me parece que del año 1924 –pero esto no lo aseguro, puede ser 1925 en vez de 1924–, demostraba que era él un dirigente comunista incapaz? Yo siempre he tenido mis dudas. Ya las tuve, debo decirlo, antes de la invasión rusa de Hungría en el 1956. Yo ya antes no me lo creí ¿Por qué? Porque el texto era un texto siempre muy irónico, de una persona que te dice: aquella votación demostraba que yo no sirvo para esto. Era muy difícil creerle. Se puede creer a uno que diga: es una prueba de que lo hice mal, es una prueba de que lo argumenté mal o quizá me equivoqué, pero que uno deduzca de que perdió una votación que ya no sirve para nada es muy grueso. No sé si estaréis de acuerdo pero a mí me ha parecido siempre poco convincente. Pero es que luego, además, en 1956, cuando la invasión rusa de Hungría, me parece que se tuvo la prueba de que aquella primera declaración de los años veinte era falsa, era una manera suya de capear el temporal estalinista –pre-estalinista en aquel momento, ni siquiera lo era–, el dogmatismo y sectarismo del partido húngaro que luego se convertiría en uno de los peores partidos estalinistas.
El hecho que a mí me parece que prueba que aquello no iba en serio es que cuando en 1956 se consigue en Hungría, por pocos días, un gobierno popular, que era una cosa muy compleja, sin duda ninguna, con infiltración de servicios occidentales, particularmente norteamericanos, de eso no hay ninguna duda, pero que pudieron infiltrarse porque era un movimiento popular sino no se habrían podido infiltrar (Seguramente hay también agentes de la CIA hablando con miembros de Solidaridad en Polonia pero si no hubiera Solidaridad no habría agentes de la CIA. Las cosas hay que explicarlas así). Pues bien, en ese gobierno que era un gobierno heroico, que se jugaba las cosas a vida o muerte, Lukács, que según él no servía para la política, aceptó un puesto de ministro, en un momento de enorme dificultad política. Si de verdad se hubiera considerado un incapaz para hacer política, yo creo que no se habría metido en el gobierno de nadie.
De modo que eso me parece probar que, desde finales de los años veinte hasta 1956, Lukács ha ido mintiendo sobre quien era él políticamente. Esta es mi impresión. Ha ido camuflándose, escondiéndose. ¿Por qué? Pues porque seguramente ha pensado que eso que en la tradición de la III Internacional se llamaba «la Patria del socialismo» estaba por encima de todo y había que defenderlo a ultranza. Es posible que fuera esa la causa. Pero, en todo caso, también en este plano de la práctica política el itinerario es muy ambiguo. Tiene claramente dos caras siempre. Se puede ver desde un lado, se puede ver desde el otro.
Yo creo que lo mismo se puede decir, igual se puede registrar lo de la ambivalencia en la producción intelectual, en la producción teórica de Lukács. Por una parte, ha escrito libros que, como decía hace un momento Pepe [Gutiérrez], hacen historia no sólo en el marxismo sino en toda la filosofía europea del siglo XX. Principalmente, Historia y consciencia de clase. Este es un libro que no sólo no se puede eliminar del acerbo marxista, a pesar de su evidente idealismo en muchos puntos, sino que además ha sido importante en filosofías no marxistas del siglo XX. Por ejemplo, un pensador tan importante aunque sea tan reaccionario como Heidegger es evidente que ha bebido de Historia y consciencia de clase ideas muy importantes. Ha cogido de Historia y conciencia de clase toda la teoría de la alienación en la versión un poco idealista de Lukács y la ha trasplantado a otra tradición filosófica, lo que se suele llamar la fenomenología, lo que venía de Husserl, que es una filosofía analítica sin filosofía social prácticamente.
Pero, por otra parte, también ha producido Lukács, al lado de estos grandes libros que son de importancia imposible de exagerar en la cultura del siglo XX, particularmente en la cultura marxista, textos muy desinformados, que ya eran, en mi opinión, anacrónicos cuando los escribió, que ya estaban pasados cuando los escribió. Yo creo que eso se debe a la política cultural que solemos llamar estalinista, y que sería más justo llamar zdanovista porque fue [Zdanov] el que de verdad la impuso, una política cultural que debió privar a Lukács, como a casi todos los intelectuales comunistas de la Unión Soviética –Lukács estaba entonces exiliado en la Unión Soviética–, de información, o bien de un modo total o bien de un modo selectivo.
Había en la Rusia estaliniana un modo muy notable, muy interesante, de ocultar información que no era el brutal de que nadie sepa nada, salvo la verdadera dirección, el núcleo con poder, sino que supieran las cosas el núcleo con el poder y unos cuantos consejeros técnicos o intelectuales importantes. Eso daba lugar a casos muy grotescos, cómicos incluso. Por ejemplo, durante todo el período estaliniano, a la lógica moderna, lo que se suele llamar lógica matemática o simbólica, se la fue calificando de ciencia reaccionaria y burguesa. Lo mismo a la teoría de la relatividad de Einstein. Pero cuando después del XX Congreso del PCUS se levanta, por lo menos en gran parte, la censura cultural, resulta que había un cultivo de la lógica matemática y de la teoría de la relatividad muy importante en la Unión Soviética. Pero, ¿quién lo hacía? Lo hacía gente camuflada de físico, de médico, gente que recibía sus sueldos en el Instituto de Física, en el de Óptica. Por ejemplo, uno de los principales científicos de lógica matemática, el autor de una técnica, de un cálculo que es de mucha importancia no sólo en física sino también incluso en algunas ciencias sociales, Marko1, autor de las llamadas cadenas de Marko, que son unos cálculos para trabajo probabilístico, este tipo vivía metido en un Instituto de Óptica y ahí, en realidad, tenía todo un laboratorio, un Instituto de Lógica camuflado de Óptica. Había una especie de despotismo ilustrado por el cual un núcleo podía saber de qué iban las cosas y el pueblo tenía que ser simplemente adoctrinado.
Yo no querría coincidir en estas cosas con la crítica burguesa. Quiero decir: creo que nosotros debemos tener en cuenta al mismo tiempo el trabajo cultural imponente realizado bajo el estalinismo, es decir, la alfabetización de algo así como quince naciones prehistóricas y su paso al siglo XX. Esto no hay que olvidarlo pero tampoco hay que olvidar lo otro.
Yo creo que la desinformación de Lukács, que los textos anacrónicos de Lukács, tienen que ver con eso: falta de elementos de juicio, falta de elementos de información. Y así ha escrito Lukács en teoría política y en filosofía cosas disparatadas. Por ejemplo, yo no sé si a alguno le ha caído… ¡Ah, no!, no le puede haber caído porque no está traducido. Yo lo tengo porque me lo escribió él en una carta. Lukács había escrito en una carta que los maoístas eran reaccionarios. Entonces, como yo tenía que traducir eso, le escribí diciéndole que a ver si podía cambiar un poco lo de reaccionarios, y poner otra cosa porque eso de que «los maoístas eran reaccionarios» era un poco fuerte. Entonces, me escribió una carta de doce páginas para demostrarme que los maoístas y los neopositivistas de la semántica norteamericana de derechas eran lo mismo. Eso sólo se puede deber a mala información sobre el maoísmo y a mala información sobre los semánticos de derecha norteamericanos. No hay ninguna otra explicación posible. Entonces él trabajaba allí, página tras página, en una demostración de locos. Yo leí aquello y pensaba: se ha vuelto loco o qué le ha pasado a este hombre. Creo que fue desinformación, que ni tenía una información suficiente sobre maoísmo ni sobre semántica norteamericana.
Aunque esto ya lo digo con menos decisión, con muchas más dudas, quizás al mismo capítulo de desinformación, que en todo caso ha producido textos anacrónicos, habría que atribuir lo estrecha que ha sido siempre su crítica literario-cultural. Si un escritor comunista, por ejemplo Brecht, cometía el pecado de no usar formas literarias tradicionales, Lukács le lanzaba toda la caballería crítico-ideológica encima. Por más que fuera militante comunista de tantos años. Es igual. Si hacía versos que no estuvieran dentro de la preceptística alemana clásica, decidía que aquel señor era comunista pero no del todo, porque todavía hacía versos que no eran concordes con la tradición clásica. Esta estrechez del juicio de gusto crítico literario de Lukács no se puede atribuir a su teoría estética. Esto es otra cosa. Su teoría estética tiene otra amplitud de miras que no tiene su juicio crítico, pero el juicio crítico tan estrecho que da también tiene que ver con la desinformación, con vivir en aquella campana cultural en que vivían los intelectuales bajo el estalinismo. Sin enterarse de la misa la media.
Siguiendo son esta ambivalencia, su mismo estilo es ambivalente y nos deja hoy en dudas cuando se lee en alemán. En traducciones eso se nota menos. Lukács era húngaro pero su estilo alemán de joven, cuando él todavía no era marxista, cuando estaba más bien en la línea de la sociología de Simmel y estos autores, era un estilo muy brillante, un alemán muy bonito, muy clásico-barroco, un gran estilo literario. Cuando pasa al marxismo, empieza a escribir de una manera repetitiva, demasiado facilona, demasiado largo, explicando las cosas página tras página innecesariamente, lo que hizo que tuviera críticas, por ejemplo, de uno de esos pseudosocialistas de izquierda (que siempre los hay, aquí ahora ya conocemos el fenómeno: muchos de esos que se desencantan en seguida cuando pasa algo, que aquí los conocemos ahora por centenares, pero que entonces, en los años sesenta, se conocían menos). Me estoy refiriendo a Enzensberger.
Enzensberger, que tuvo un momento en que creyó que había cortado de verdad el cordón umbilical con la burguesía que era su madre, pero que fue en realidad unos años nada más, cuando empezó a escribir en forma antimarxista una de las primeras cosas que hizo, porque era de lo de más fácil, fue ponerse a insultar a Lukács por su mal estilo, porque degradaba, porque estropeaba la lengua. Insultó en serio, hasta extremos que no parecen de los años sesenta sino más bien de los años ochenta, porque llegó a llamar a Lukács «viejo cabrón» por escrito, claro que cabrón en alemán no es, ni mucho menos, tan fuerte como en castellano, es más suave. Pero así y todo era un poco fuerte.
¿Qué pensar de esto? ¿Lleva razón Enzensberger cuando piensa que esa degradación del estilo de Lukács es síntoma de cosas más graves, de cosas peores? A medias. También en esto yo daría una respuesta ambivalente. Por una parte, creo que está mal degradar el estilo por razones populísticas, sobre todo el estilo de obras filosóficas. Eso no tiene sentido. Pero, en cambio, creo que hay que tener comprensión por la finalidad que tenía Lukács al intentar escribir, por así decirlo, muy por los suelos: pretendía ser más leído. Cuando él era un joven filósofo de la escuela de Simmel, escribía para 300 académicos que son los que le tenían que votar en una oposición a cátedra y luego recomendarle a un editor. En cambio, cuando se escribe como intelectual comunista, claro que hay intentar escribir para más gente, para que te discuta más gente por lo menos.
Con esto no quiero aprobar la caída clara del estilo de Lukács, del Lukács marxista frente al Lukács anterior, pero sí insinuar que creo que tampoco aquí se puede hacer una condena radical, que hay que ver –por lo menos hay que admitir– que el asunto tiene dos caras.
Pasando a otra cosa, porque lo de la ambivalencia de Lukács es lo primero que quería decir, creo que en ese mundo de ideas ambivalentes y de ejemplos de práctica política también ambivalentes que nos ha dejado Lukács, lo que más nos interesa hoy es lo que se refiere a cosas que vivimos en este momento, es decir, cosas que ha escrito, que ha dicho o que ha hecho el último Lukács, empezando por su decisión de sumarse a la insurrección húngara de 1956, a pesar de que la confusión ideológica de aquella insurrección tenía que chocarle mucho a él que era un marxista tan hegeliano, tan tradicional en ese sentido, y, sin embargo, se decidió y tomó partido. Y creo también que lo que más nos interesa de esas cosas del último Lukács son las políticas.
Las políticas las tenemos muy bien reunidas. El último pensamiento político de Lukács lo tenemos muy bien reunido en este escrito, las Conservaciones con Abendroth , Kofler y Holz. No es que sea lo último que ha escrito o dicho Lukács. Lo último que ha escrito es lo que estaba escribiendo cuando le hicieron esta entrevista: la Ontología del ser social, cuya edición se acaba de terminar ahora en alemán. El mes pasado salió el último tomo y no está traducido al castellano, pero la Ontología es política sólo en el sentido en que siempre es político lo que escribe un marxista, pero no en el sentido de ser explícitamente político como esto [Conversaciones con Lukács]. Este es un libro que si lo tenéis a mano vale la pena repasar si es que queréis dedicar un rato a Lukács en su centenario, y del que, además, se puede uno saltar tranquilamente las conversaciones con Holz y Kofler, que son marxistas muy literarios, por así decirlo, con poca preocupación científica, más bien con preocupación literaria. Kofler un poco más pero Holz nada. En cambio, es muy importante la conversación con Abendroth. Abendroth es un personaje muy interesante –tiene que tener ya muchos años– de la izquierda del Partido Socialdemócrata alemán, expulsado de ella incluso, siempre muy valiente y de mucha prestancia científico-política, y por eso la conversación con Abendroth sí que tiene mucha miga marxista.
Pues bien, si se repasan todas esas conversaciones, uno encuentra un pensamiento político que tiene ya bastantes novedades respecto de la línea política tradicional de Lukács, pero que, por otra parte, sigue siendo la línea política, digámoslo así, de un filósofo marxista. Es decir, incluso en una serie de entrevistas como éstas, Lukács no se olvida de poner fundamentos filosóficos a lo que va a decir políticamente y el principal fundamento filosófico que pone aquí, en esta entrevista, y luego en esa Ontología póstuma, es afirmar que hay que poner un fundamento ontológico a la política y a la ciencia social en general ¿Qué quiere decir con esto?
Dicho sea entre paréntesis, esto se debía a la influencia en el viejo Lukács de un autor que él no había conocido hasta sus últimos 15 años: un filósofo alemán, un prusiano, que le hizo leer este otro filósofo y crítico literario marxista, que quizá conocéis, Harich. Yo también había notado lo mismo y se lo había dicho a Lukács también, un cierto parentesco entre su pensamiento y el de este filósofo que os digo, prusiano, que murió a principios de siglo, Nicolai Hartmann. Hartmann había intentado hacer ontología moderna sobre una base kantiana. Ontología era una vieja disciplina filosófica que tenía que ser una teoría del Ser tal cual, sin calificativos, o sea, no del ser físico, ni del ser psíquico, ni del ser moral, ni del ser cultural, sino del concepto de Ser, trabajar sobre el concepto de Ser a ver qué sale. Esta es un tipo de disciplina que había quedado liquidada al final de la Edad Media, como una disciplina no moderna, como metafísica. Pues, bien, Hartmann hace esa operación desde una línea kantiana y Lukács, esa va a ser la última obra de su vida, una vez que Harich le hace leer a Hartmann, se ponen de acuerdo en que sí. A mí no me hubiera hecho caso porque yo se lo dije por la Estética, dado que Hartmann había escrito una Estética y una estética era algo que en Europa no se escribía desde el siglo XVIII, desde la Estética de Wolff no se había vuelto a escribir una estética. Entonces, le pregunté a Lukács si conocía la Estética de Hartmann y me dijo que no, y yo le dije: pues mire porque eso tiene que ver con lo que usted hace. Pero no lo tomó en serio. Tenía ya la Estética muy adelantada. En cambio, cuando Harich le dijo lo de la ontología sí que se lo tomó en serio: trabajó la ontología de Hartmann y decidió que él tenía que hacer una ontología marxista. ¿Qué sentido tiene eso?
He de decir de salida que a mí eso no me es simpático porque el pensamiento marxista no debe anular la tradición. Eso me parecería una locura. Pero de ahí a suponer que todo legado tradicional es, a priori, bueno para el futuro tampoco me parece que se pueda admitir. Ahora, ¿qué buscaba Lukács con........





















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