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Al rescate de Lenin

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30.01.2024

El centenario de la muerte de Vladimir Illich Ulianov, Lenin, es una ocasión apropiada para invitar a las jóvenes generaciones de militantes a recuperar el formidable legado teórico del gran revolucionario ruso, muerto cuando aún no había cumplido los 54 años de edad. Víctima de un grave atentado perpetrado a menos de un año del triunfo de la revolución -más precisamente el 30 de agosto de 1918- por Fanya Kaplan, una activista del anarquismo ruso que lo acusaba de haber traicionado a la revolución. Tiempo después una de las balas alojadas en su pulmón y que no pudo ser extraída por sus médicos comenzó a generar dificultades de todo tipo que escalaron hasta llegar a una serie de infartos cerebrales que le ocasionaron primero una parálisis y finalmente su prematuro, y para la causa del socialismo, desgraciado fallecimiento.

Advertencias necesarias

Va de suyo que un emprendimiento de este tipo: retornar a Lenin, tropieza con no pocos obstáculos. Uno de carácter meramente cuantitativo se deriva del hecho que la monumental producción escrita por el dirigente bolchevique a lo largo de tres décadas comprende -en la segunda edición de sus Obras Completas publicadas en Buenos Aires por la Editorial Cartago- nada menos que 51 tomos, incluyendo los cuatro dedicados a los índices temáticos, de títulos, onomásticos y notas complementarias. Lenin no sólo fue un político y un estadista excepcional sino también un escritor prolífico como pocos.

Tal como lo consignan sus diferentes biógrafos y estudiosos, ya de joven sobresalía como un alumno muy aventajado y su posterior carrera política e intelectual ratificó plenamente los promisorios pronósticos que sobre él formularan sus maestros, entre ellos, el padre de quien luego sería por un tiempo jefe del Gobierno Provisional surgido de la Revolución de Febrero, Alexandr Fiódorovich Kerenski [1].

Una segunda advertencia refiere entonces al carácter inevitablemente parcial e incompleto de una empresa político-intelectual como la que estamos proponiendo. En este caso y teniendo en cuenta el momento especial que atraviesan Latinoamérica y el Caribe estamos enfocados en recobrar la herencia teórica de Lenin en lo concerniente a sus análisis de la coyuntura política y la estrategia y táctica de las fuerzas populares en momentos de inflexión histórica. Pero habría muchas otras vertientes del pensamiento leninista que también podrían ser abordadas, como por ejemplo sus penetrantes análisis sobre el imperialismo plasmados en múltiples escritos pero sobre todo en El Imperialismo, fase superior del capitalismo; sobre filosofía y epistemología recogidos en Materialismo y Empiriocriticismo, la principal obra filosófica de Lenin; o sus varios escritos económicos juveniles entre los cuales sobresale El desarrollo del capitalismo en Rusia [2].

Por consiguiente, esta invitación no pretende hacer que los nuevos actores sociales y políticos se conviertan en eruditos “leninólogos” sino motivarlos para que aborden el estudio de su pensamiento político, imbricado con las urgencias que le planteaba en su Rusia natal la inminencia de la revolución y, bajo una perspectiva más amplia, la necesidad de la revolución mundial para poner fin a la dictadura del capital y las atrocidades del imperialismo. Al formular esta invitación lo hacemos persuadidos de que Lenin es un “autor vivo”; es decir, alguien que es nuestro contemporáneo y cuyas reflexiones son pertinentes y esclarecedoras para las luchas emancipatorias y los desafíos actuales de Nuestra América.

La recuperación del legado de Lenin es de suma importancia para el momento actual de la región, en donde diagnósticos precisos y pronósticos iluminadores son componentes esenciales del éxito de las luchas populares. Y en este sentido podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que las evaluaciones que aquél hacía sobre las más diversas coyunturas eran de una notable precisión. Se trataba, sin duda alguna, de un protagonista y a la vez de un analista que “veía” mucho más allá que cualquiera de sus contemporáneos; que estaba dotado de una inusual capacidad para descifrar toda la complejidad y las contradicciones contenidas en un momento histórico en donde política, economía e ideología se anudaban bajo las más imprevisibles fórmulas que desafiaban al pensamiento convencional de la izquierda. Una prueba más que elocuente la brinda su inmediata convicción, a poco de haber llegado a la Estación Finlandia de Petrogrado poniendo fin a su largo exilio en Suiza, de que lo que los bolcheviques debían hacer era limitar al mínimo indispensable su apoyo al gobierno provisional surgido de la Revolución de Febrero y organizar a las masas para consumar cuanto antes el paso a la revolución socialista. Prueba de ello es que sus célebres “Tesis de Abril” no fueron siquiera publicadas por el órgano del partido, el Pravda, a la sazón dirigido por Kamenev y Stalin. Bogdanov, uno de los jefes bolcheviques, las consideró como “el delirio de un loco” y hasta su esposa, Nadezhda Krupskaya, confesaba en voz baja a sus amistades sus temores de que “Lenin se haya vuelto loco” [3]. En el mismo sentido se explaya uno de los más autorizados biógrafos de Lenin, el historiador francés Gérard Walter. Narra en su libro que cuando Lenin fue invitado por los delegados bolcheviques a presentar sus tesis en el cuartel general del Soviet en el Palacio de Tauride, luego de su intervención hubo de enfrentarse a “un ininterrumpido desfile de oradores que abrumaron a Lenin, uno con sus invectivas y otros con sarcasmos o hipócritas condolencias. Ni uno solo de sus partidarios se atrevió a levantarse en su defensa. Ni un solo dirigente de la organización bolchevique, ni un solo miembro de la redacción del Pravda alzó la voz en defensa del exiliado recientemente retornado a Rusia.” Evidentemente, Lenin tenía esa mirada de águila que tanto admiraba en Rosa Luxemburgo y que casi nadie más poseía entre sus camaradas, y a la hora de descifrar los laberintos de la coyuntura la distancia que existía entre él y aquéllos era inconmensurable. Como en el caso de Fidel, la historia también absolvió a Lenin y demostró que la razón estaba de su lado [4].

Vicisitudes

Dicho lo anterior creo que queda claro el propósito de estas líneas: hacer justicia a uno de los más grandes teóricos y prácticos de la revolución de todos los tiempos. Su nombre ha sido escarnecido por traidores y renegados de todo tipo, que han hecho del antileninismo un lucrativo culto celebrado con sofisticadas argumentaciones pseudo-filosóficas con la fútil pretensión de descalificar tanto al personaje como sus ideas. Tal como lo plantea Slavoj Zizek “si hay un consenso entre (lo que pueda quedar de) la izquierda radical de nuestro tiempo es que para resucitar un proyecto político radical deberíamos olvidarnos de la herencia leninista” [5]. Abandonado por amplios sectores de la izquierda contemporánea, Lenin es odiado sin fisuras por la burguesía y sus aliados, conscientes de su inquebrantable fidelidad al proyecto socialista y al ideal comunista del auto-gobierno de los productores. Podría decirse sin temor a faltar a la verdad que Lenin es uno de los más insignes “desaparecidos” de los últimos tiempos. Ignorado y cuestionado sin ser comprendido ni estudiado, algunos sectores de una izquierda bien intencionada pero tan inmadura como soberbia creen que ya nada se puede aprender de quien fuera el líder indiscutido de una revolución que, como la rusa, abriera una nueva etapa en la historia de la humanidad. El menosprecio por algunos de los temas clásicos del pensamiento leninista: la cuestión de la organización, del partido revolucionario y la necesidad de desarrollar la conciencia política de las masas, es más que evidente en nuestros días en algunas de las expresiones de una cierta “izquierda posmoderna” que, por su funcionalidad con los intereses del imperio, tiene muy poco de lo primero y demasiado de lo segundo. Se trata de corrientes políticas que aborrecen todo lo que tenga que ver con la organización de los sujetos de las luchas emancipatorias para postrarse a........

© Rebelión


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