Pequeñas f(r)icciones: El chicharrón de Barnechea
Algo muy parecido a la magia ocurre cada vez que un peruano junta un pan, lonjas de chicharrón y rebanadas de camote. Ya lo explicó la sinergia. El pan con chicharrón es bastante más que la suma de sus partes. Si a ello, amable lector, le suma una salsa criolla, un tamal y café pasado habrá llegado, sin mucha meditación, al nirvana de los desayunos. Con esa feliz idea en mente, y aprovechando el revuelo que ha causado la celebración del “mundial de desayunos”, decidí sumarme a la causa y desayunar como Dios —que es peruano— manda. Atravesé media ciudad para ir al lugar donde mejor se prepara este manjar: el mercado central del Callao.
Atravesé la puerta principal, pasé por varios puestos de todo tipo de comercio hasta que llegué a la zona a la que incontables veces me trajeron de niño. Sin pérdida de tiempo, compré el pan con chicharrón y, en el local de enfrente, mi jugo de siempre. Estaba ya sentado y deseando que mi desayuno no termine, cuando, inesperadamente, escuché a lo lejos una suerte de murmullo grupal que, desde la calle, empezaba a acercarse al mercado. Segundos después, la cercanía de la bulla ya dejaba distinguir el ritmo, la entonación de ese coro todavía ininteligible. Sin duda, se trataba de arengas y vítores propios de alguna manifestación proselitista. “¡Adelante!”, “¡Alfredo corazón!”, fueron las primeras frases que pude sacar en limpio. De súbito, como agua que llena los canales, un grupo numeroso de hombres y mujeres aparecieron y colmaron todo el lugar. En ese momento, entre la gente, apareció la figura alta y algo desgarbada de un hombre de unos setenta y tantos, de andar pausado, con escasa cabellera y una mirada que parece apuntar siempre a la posteridad. Era Alfredo Barnechea. El excandidato presidencial de 2016, el........
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