Cada día confiamos en procesos, objetos e instrumentos que no sabríamos explicar. Una semilla germina y, semanas después, la tierra se abre para dejar pasar un brote verde. Sabemos que hay luz, agua y minerales, pero la coreografía exacta de hormonas, señales químicas y genes que se activan y desactivan nos queda lejos. Y aun así, sembramos.

O pensemos en un teléfono móvil: lo apoyamos en la oreja y alguien, a miles de kilómetros, responde como si estuviera al lado. Entendemos que hay antenas, satélites y ondas, pero no seguimos el rastro de la voz que se transforma en electricidad, luego en radiofrecuencia y de nuevo en voz. No importa: hablamos igual; compartimos información muy importante. Para no hablar del avión, cuya aerodinámica no entendemos completamente, no obstante lo cual viajamos, con el añadido de que ni conocemos a quien lo conduce.

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