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No hay lugares seguros para las mujeres y otras lecciones del "caso Errejón"

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01.11.2024

01/11/202431/10/2024 Decenas de personas durante la manifestación del 8M, en Logroño. Alberto Ruiz / Europa Press.

La primera vez que vi un pene tendría unos ocho años. Iba de camino al cole con mis vecinas cuando un anciano nos salió al paso y se exhibió ante nosotras. Corrimos despavoridas y asustadas y una vez en clase y sin saber muy bien por qué, comencé a llorar. Ninguna de nosotras supimos en ese momento explicar qué era lo nos que acababa de pasar y sobre todo por qué sentimos tanto miedo, asco y vergüenza. Unos años después, siendo adolescente, un tipo de unos treinta años con el que estaba hablando en una discoteca me agarró del brazo y me quiso sacar a rastras. Nunca supe cómo logré librarme de él, pues entré en pánico convencida de que me iba a matar, solo sabía que tenía que huir de allí como fuera. Me refugié durante días en mi habitación completamente asustada y avergonzada. Ya en la Universidad me convertí en una experta contorsionista para evitar abrazos no deseados y también aprendí a no cerrar las puertas de algunos despachos o a entrar en ellos siempre que podía acompañada -o ser la acompañante- de alguna compañera.

En ninguno de estos casos concretos -y solo os estoy contando los que más me marcaron- puse una denuncia a la policía. Los exhibicionistas eran una especie que abundaba por parques y calles cercanas a los centros escolares cuando yo era pequeña y la solución solía encontrarse en hablar con tu hermano mayor o el hermano mayor de una amiga, para que se hiciera cargo. Muy pocas de nosotras nos atrevíamos a contar o a hablar de estas cosas con los adultos de nuestras familias, pues la vergüenza y la sensación de que, de alguna manera, acabarían echándonos la culpa, pesaban más que el miedo a volver a cruzarnos con ellos. Esto hizo que evitara durante años contar lo que me había ocurrido en aquella discoteca, pasó mucho tiempo hasta que entendí que no había sido responsabilidad mía, y sin embargo, mientras escribo sobre ello, no puedo evitar sentirme avergonzada. En cuanto a la Universidad, solo bastaba ver cómo se paseaban seguros de sí mismos algunos para entender que se toleraba que el campus fuese el coto privado de caza de algunos privilegiados, por lo que resultaba más eficaz construir redes de ayuda y advertencia mutua entre las compañeras en una España en la que las víctimas se veían obligadas a salir del país mientras se........

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