Aprender de Guiteras 90 años después: historia y política
Hartos de Generales y doctores —famosa novela de uno de los más grandes narradores del siglo XX, Carlos Loveira—, los cubanos y las organizaciones revolucionarias antimachadistas impondrían un Gobierno cuya corta vida dejaría una huella en la historia de Cuba. Su presidente era un profesor de Fisiología de la Universidad de La Habana, Ramón Grau San Martín, y su ministro de Gobernación, Guerra y Marina, un joven graduado de Farmacia y ex viajante de medicina, nacido en Bala Cynwy, Pensilvania, de padre cubano y madre irlandesa, nombrado Antonio Guiteras Holmes.
El Gobierno de los 100 Días (10 de septiembre 1933 – 15 de enero 1934), primero en la historia republicana que no fuera avalado por los Estados Unidos, adoptó el lema “Cuba para los cubanos”, y buscó “liquidar la estructura colonial que ha sobrevivido en Cuba desde la independencia”.
En aquella tremenda Revolución del 30, la única surgida en La Habana, la gente se había tirado para la calle, literalmente, como en ningún otro momento anterior. Maestros, estibadores, torcedores de tabaco, estudiantes, organizaciones feministas, recorrían la ciudad en perpetuas manifestaciones que portaban todo tipo de estandartes y reclamos. Jornadas de 8 horas, voto para las mujeres, leyes para proteger a los nacionales ante la inmigración de fuerza de trabajo barata, desayuno subvencionado en las escuelas primarias, elevación de los salarios a los empleados públicos.
Aquel Gobierno dictaría el control de los precios de productos de primera necesidad, la negociación colectiva obligatoria en los centros de trabajo, y las primeras nacionalizaciones en la historia que afectaban los servicios de teléfonos y electricidad de empresas estadounidenses, así como algunos de sus ingenios azucareros, y repudiaría la enmienda Platt.
A pesar de su política audaz y de beneficio popular, el efecto acumulado por la Gran Depresión iniciada en 1929, junto a siete años de mano dura, censura y represión machadistas, había provocado que los cubanos entraran en erupción, desbordando la capacidad del Gobierno más radical de su historia.
La ola de reclamaciones atravesaba las propias fuerzas armadas. Un par de semanas después de la caída de Machado, los soldados y sargentos —bajo la influencia de líderes del Directorio Estudiantil Universitario (DEU)— se habían sublevado contra la oficialidad, y decapitaban la plana mayor del Ejército, compuesta por hijos de la clase alta. De la llamada revolución del 4 de septiembre (1933), emergería un sargento taquígrafo, oriundo de Banes, que hablaba un poco de inglés, nombrado Fulgencio Batista, quien mostró pronto capacidad de liderazgo y negociación con los políticos civiles a espaldas de sus colegas, haciéndose con la jefatura del Ejército.
La convergencia entre la derecha fascista de la organización paramilitar ABC, la casta militar sobreviviente y los subalternos que habían perdido la oportunidad del 4 de septiembre, desembocó en la mayor sublevación armada que recordaría la ciudad, tomando el Castillo de Atarés, y lanzándose a una batalla campal, que convertiría las inmediaciones de La Habana Vieja en zona de guerra.
La marina, la artillería y la mayor parte del Ejército, comandadas por Antonio Guiteras desde el Castillo de La Punta, acorralaron a los disidentes en Atarés. Cuando estos descubrieron que el embajador Sumner Welles apoyaba al sector del Ejército, al mando del coronel Batista, resultaba demasiado tarde. Sometidos a la rendición después de un prolongado fuego de morteros y artillería de grueso calibre, la nueva contrarrevolución quedaba momentáneamente descabezada.
En medio de aquel gran teatro de guerra, la prensa y la radio transmitían noticias insólitas, al tiempo que se hacían eco de todo tipo de rumores, conspiraciones y peligros, anunciando........
© OnCuba
