El dragón del mural
En todas las aulas de Lalenin había un mural informativo al que nadie prestaba atención, al igual que en el resto de las escuelas cubanas. La responsabilidad de ir actualizándolo era rotativa, individual. La primera vez que recayó en mí, decidí invertir un esfuerzo adicional en esa tarea, a manera de experimento, y también tratando de otorgarle sentido a aquella actividad para no sentirla sólo como una imposición vacua.
Entendí que había dos razones por las que nadie prestaba atención al mural. En primer lugar, obviamente, no era atractivo. Y en segundo lugar, todo en él estaba a la vista. Este segundo motivo tal vez no se me hubiera ocurrido actualmente, pero sí se le ocurrió al joven que yo era entonces. Mucho tiempo después, leyendo el Dao De Jing, aprendería que si se quiere divulgar algo, primero debemos ocultarlo.
Así pues, con la ayuda de un amigo dibujante, creamos, durante todo un fin de semana, un mural en el que lo único que se veía era un gran dragón rojo de tres cabezas. El dragón ocupaba todo el espacio. Las noticias, efemérides, y demás informaciones, estaban escondidas en pestañas deslizantes disimuladas bajo los trazos de aquella única imagen.
No fue una elección caprichosa. La imagen del dragón venía fascinándome desde hacía tiempo. Plásticamente simboliza una totalidad, porque contiene casi todas las materias y texturas del reino animal. Si cada criatura fuese, por ejemplo, un instrumento musical, el dragón sería como el tutti de la orquesta. Me llamaba la atención también el contraste entre la ferocidad hierática de sus rostros y su poderosa calma interior.
Además del agrado que suscitaba su........
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